lunes, 26 de septiembre de 2011

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La Templanza


La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón” (cf Si 5,2; 37, 27-31). La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: “No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena” (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada “moderación” o “sobriedad”. Debemos “vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente” (Tt 2, 12). (CIC 1809)

    «Nada hay para el sumo bien como amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. [...] lo cual preserva de la corrupción y de la impureza del amor, que es los propio de la templanza; lo que le hace invencible a todas las incomodidades, que es lo propio de la fortaleza; lo que le hace renunciar a todo otro vasallaje, que es lo propio de la justicia, y, finalmente, lo que le hace estar siempre en guardia para discernir las cosas y no dejarse engañar subrepticiamente por la mentira y la falacia, lo que es propio de la prudencia» (San Agustín, De moribus Ecclesiae Catholicae, 1, 25, 46).

Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.( CIC  1810)

Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las virtudes. Cada cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.(CIC 1811)

La templanza modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la moderación en el uso de los bienes creados. (CIC 1838)

Las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos deliberados y con el esfuerzo perseverante. La gracia divina las purifica y las eleva. (CIC 1839)

La conciencia es para ti, la fama para tu prójimo.
Tit 2,1-8.11-14


Lo que voy a decir es el motivo por el que ayer quise y rogué a vuestra caridad que asistiese hoy en mayor número. Vivimos aquí con vosotros y por vosotros, y nuestro propósito y deseo es vivir con vosotros por siempre junto a Cristo. Creo que ante vosotros está nuestra vida, de forma que hasta podemos atrevernos a decir, mantenidas las distancias, lo que dijo el Apóstol: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1 Cor 4, 16). Y por eso no quiero que ninguno de vosotros encuentre una excusa para vivir mal. Pues nos preocupamos de hacer el bien, dijo el mismo Apóstol, no sólo ante Dios, sino también delante de los hombres (2 Cor 8, 21). Mirando a nosotros mismos nos basta nuestra conciencia; mas, en atención a vosotros, nuestra fama no sólo ha de ser sin tacha, sino que debe brillar entre vosotros. Retened lo dicho y sabed distinguir. La conciencia y la fama son dos cosas distintas. La conciencia es para ti; la fama, para tu prójimo. Quien, confiando en su conciencia, descuida su fama, es cruel, sobre todo si se halla en este lugar del que dice el Apóstol escribiendo a su discípulo: Muéstrate ante todos como ejemplo de buenas obras (Tit 2, 7).
Sermón 355,1


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