domingo, 20 de julio de 2014

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XVI Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Seguimos con las parábolas del capítulo 13 del evangelio de Mateo. En las parábolas de este
domingo, dos de ellas continúan con el tema de la siembra y la tercera habla de una mujer que amasa harina con levadura. Jesús es un gran pedagogo y sus enseñanzas van dirigidas a mujeres y a hombres y, por eso, utiliza ejemplos en sus parábolas con las que sus interlocutores se puedan sentir identificados. 

Las tres comienzan con la misma frase: “El reino de los cielos se parece a…” Jesús nos quiere hablar de cómo es este Reino que ya ha comenzado aquí, pero que alcanzará su plenitud en el futuro. 

El trigo y la cizaña crecen juntos, sus raíces están entrelazadas y es difícil, por no decir imposible, separar uno de la otra. Si se intentara arrancar solamente la cizaña, se corre-ría el riesgo de arrancar también el trigo. El punto central de la parábola es la respuesta del sembrador a los criados: “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Es decir, hay que tener paciencia y mucha tolerancia con quienes no piensan ni actúan como nosotros. Hay que obrar, en lo posible, con la paciencia de Dios.

Jesús nos propone no hacer juicios precipitados sobre los miembros de la comunidad o de la sociedad en general, y no caer en la tentación de condenar tan alegremente como con frecuencia hacemos: “Al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. De-jadlos crecer juntos hasta la siega”. 

Respetar a los que no piensan como nosotros no es abdicar de nuestras convicciones ni de nuestras creencias, es sólo pensar que los demás también tienen derecho a pensar y que, con la misma seguridad con la que nosotros los creemos equivocados a ellos, ellos nos creen equivocados a nosotros. Si queremos que los demás respeten nuestras convic-ciones y creencias, empecemos nosotros por respetar las convicciones y creencias de los demás. Ya llegará el momento de la siega, y la siega la va a hacer el mismo Dios. 

Ese reino de los cielos también “se asemeja a un grano de mostaza”, primero muy pe-queña, pero después se convierte en un gran arbusto, donde “vienen los pájaros a anidar en sus ramas”, donde todos y todas pueden cobijarse, sentirse acogidos. Pero, al mismo tiempo, se parece a la levadura que una mujer amasa con tres medidas de harina (una cantidad equivalente a 40 Kg.); la buena noticia del Reino, aunque parezca casi invisible o insignificante es capaz de transformar el mundo, la sociedad, el corazón de las personas.

Jesús lo repetía una y otra vez: ya está aquí Dios tratando de trasformar el mundo; su reinado está llegando. Mejor, ya ha llegado. No era fácil creerle. La gente esperaba algo más espectacular: ¿Dónde están las «señales del cielo» de las que hablan los escritores apocalípticos? ¿Dónde se puede captar el poder de Dios imponiendo su reinado a los impíos?
Jesús tuvo que enseñarles a captar su presencia de otra manera. Todavía recordaba una escena que había podido contemplar desde niño en el patio de su casa. Su madre y las demás mujeres se levantaban temprano, la víspera del sábado, a elaborar el pan para toda la semana. A Jesús le sugería ahora la actuación maternal de Dios introduciendo su «levadura» en el mundo.
Así es la forma de actuar de Dios. No viene a imponer desde fuera su poder como el emperador de Roma, sino a trasformar desde dentro la vida humana, de manera callada y oculta. Así es Dios: no se impone, sino trasforma; no domina, sino atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en su proyecto: como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y su amor de manera humilde, pero con fuerza trasformadora.
Los seguidores de Jesús no podemos presentarnos en esta sociedad como «desde fuera» tratando de imponernos para dominar y controlar a quienes no piensan como nosotros. No es ésa la forma de abrir camino al reino de Dios. Hemos de vivir «dentro» de la so-ciedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida trasformada por el Evangelio. Hemos de aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús.
Lo que necesita la Iglesia no es más poder social o político, sino más humildad para dejarse trasformar por Jesús y poder ser fermento de un mundo más humano. Que la Eucaristía nos “contagie” de los modos de actuar de Jesús para nuestro tiempo actual.

Idea principal:
¿Por qué permite Dios tanta cizaña –tanto mal- en el campo del mundo?

Resumen del mensaje:
A esa pregunta nos responde la primera lectura de hoy: “Al pecador le das tiempo para que se arrepienta”. Y para eso, Dios nos manda su Espíritu que nos ayuda en nuestra debilidad (segunda lectura). Pero también tenemos que poner nuestra parte: vigilancia, porque el enemigo de nuestra alma no duerme y quiere sembrar también su cizaña en los momentos de somnolencia y despiste por parte nuestra (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, es un hecho que Dios día y noche siembra en nuestro corazón semilla excelente de bondad, verdad, belleza, honestidad, justicia, pureza, caridad.

Y lo hace apenas entramos con el alma abierta en oración y abrimos la Biblia, o vamos a misa y participamos consciente y fervorosamente de la mesa de la Palabra y de la Euca-ristía, o cuando escuchamos atentamente una homilía o asistimos con gusto a un retiro, o estamos sentados departiendo y conversando con buenos amigos, o en medio de un traspiés o enfermedad. Dios no duerme nunca.
En segundo lugar, pero también es un hecho que el enemigo de nuestra alma, el diablo, tampoco duerme, y nos acecha y nos rodea como león rugiente, buscando a quién devo-rar.
Él no quiere destruir la buena semilla de Dios, sino que él quiere sembrar su cizaña para que ella crezca y se confunda con la buena semilla, e incluso quiere conquistar esa bue-na semilla y convertirla en cizaña.

Y todo con un único objetivo: perder nuestra alma. No quiere que el buen trigo de Dios se expanda por los rincones de este mundo, de las familias, de los corazones.

Quiere sembrar la cizaña del odio, de la división, de la mentira, de la deshonestidad, de la injustica, de la ira, de la ambición, de la insensibilidad e indiferencia.

Quiere sembrar la cizaña del odio, de la división, de la mentira, de la deshonestidad, de la injustica, de la ira, de la ambición, de la insensibilidad e indiferencia delante de tanta pobreza y miseria de muchos hermanos nuestros.

Y quiere sembrarla en el campo de la medicina con esos métodos anticonceptivos y abortivos; en el recinto sagrado del matrimonio sembrando la ideología del género y aplaudiendo la legalización de las uniones de personas del mismo sexo; en el campo de la cultura, inoculando el liberalismo y la dictadura del relativismo; hasta se ha metido en la Iglesia santa de Cristo y ha sembrado y provocado durante siglos y siglos herejías y cismas y escándalos.

Finalmente, ¿cuál es la reacción de Dios delante de la acción del enemigo? Él podría perfectamente arrancar de tajo la cizaña y tapar la boca a Satanás, y ya, pues para eso es omnipotente. Pero no lo hace. Alguna razón tendrá en su corazón; sí, su amor miseri-cordioso.

Por una parte, tiene paciencia y misericordia y espera que algún día esa cizaña se con-vierta en buen trigo, pues Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

Por otra parte, también quiere que el buen trigo haga, sin parar y con conciencia, su tra-bajo de fermento y se pruebe delante de la cizaña, para que así se fortalezca y crezca más firme y convencido. Dios nos quiere libres y respeta nuestra libertad.

Para reflexionar:

Mirando mi corazón, ¿qué abunda: buena semilla o cizaña? Si hay más buena semilla, ¿qué hago para hacerla crecer, regarla, abonarla, derramarla por doquier, con la ayuda de Dios y de su Espíritu? Y si hay cizaña, ¿a qué espero para irla convirtiendo en buena semilla, desde la oración y los sacramentos?
P. Teodoro Baztán

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