lunes, 24 de noviembre de 2014

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De la mano de San Agustín (18)

Lc 21, 1-4  Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca

Las riquezas se buscan con la mirada puesta en la vida, no la vida con la mirada puesta en las riquezas. ¡Cuántos han pactado con sus enemigos, aunque le arrebatasen todo, con tal que les dejasen la vida! Compraron su vida a precio de todo lo que tenían. ¡Cuánto ha de darse por la vida eterna si tan valiosa es la perecedera! Da algo a Cristo para vivir feliz, tú que das todo al enemigo para vivir en la mendicidad. Por tu vida temporal, que rescatas a precio tan alto, valora cuánto vale la vida eterna, que descuidas para vivir unos pocos días, aun en el caso de que llegues a la senectud. Pocos son los días del hombre desde su infancia hasta la vejez; y, aunque el mismo Adán hubiese muerto hoy, habría vivido pocos días, puesto que eran limitados. ¿Pagas, pues, un rescate por estos escasos días vividos en la fatiga, en tanta miseria y tentación? ¿Cuánto pagas? Estás dispuesto a quedarte sin nada con tal de quedarte contigo mismo. ¿Quieres conocer cuánto vale la vida eterna? Súmate a ti mismo a todo lo demás. He aquí que el enemigo que te había tenido cautivo te dijo: «Dame cuanto tienes si quieres vivir»; y tú, con tal de vivir, se lo entregaste todo; tú, que hoy te has visto liberado, pero que quizá morirás mañana; liberado de uno y mañana quizá degollado por otro. Estos peligros, hermanos míos, han de aleccionarnos. ¿Cómo es posible ser tan ignorantes en medio de las palabras de Dios y la experiencia humana? He aquí que entregaste todo y saliste gozoso, porque aún vives; aunque pobre, necesitado, desnudo, mendigo, te sientes gozoso, porque vives y sientes la dulzura de la luz. Hágase presente Cristo; haga un trato con él; él, que no te cautivó, sino que fue cautivo por ti; que no busca el darte muerte, sino que se dignó morir por ti. Quien se entregó a sí mismo por ti —¡qué gran precio!—, quien te hizo, te dice: «Ven a un pacto conmigo. ¿Quieres tenerte a ti a costa de perderte? Si quieres tenerte a ti, es preciso que me poseas a mí; que te odies a ti para poseerme a mí, y,
perdiendo tu vida, la halles, para no perderla poseyéndola. Ya te he dado un consejo saludable a propósito de esas tus riquezas que posees con amor, y que, sin embargo, estás dispuesto a entregar por tu vida presente. Si las amas, no las pierdas; pero donde las amas, allí han de perecer contigo. También respecto a ellas te doy un consejo. ¿Las amas? Envíalas adonde has de ir tú después, no sea que, amándolas en la tierra, o las pierdas en vida o tengas que dejarlas una vez muerto. También a este respecto te he dado un consejo. No dije: 'Piérdelas', sino: 'Guárdalas'. ¿Quieres atesorar? No te digo que no lo hagas, antes bien te indico el dónde. Acógeme como a quien te da un consejo, no como a uno que te lo prohíbe. ¿Dónde, pues, te digo que has de atesorar? Acumulad vuestro tesoro en el cielo, donde el ladrón no entra y donde ni la polilla ni la herrumbre lo echan a perder».
Sermón 345, 2.


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