sábado, 1 de noviembre de 2014

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Festividad de Todos los Santos

Es la fiesta de la familia. Es la fiesta de todos aquellos que han muerto ya a este mundo y viven para siempre en la vida nueva, de todos los que han llegado ya a la meta y gozan de Dios. No es únicamente la fiesta de los santos ya canonizados, sino de todos los que se han salvado.

Cuando abrimos cada mañana el periódico o conectamos los telediarios nos encontramos con noticias la mayoría de ellas tristes o desagradables: las guerras que no cesan, el terrorismo inhumano, la corrupción de muchos, peleas en lo político que no conducen a nada, y mil más. Las noticias buenas, que las hay, no interesan. O no se conocen. Siempre será verdad aquello de que en el bosque hace más ruido un árbol que cae que cien que van creciendo. Nos hace falta conocer las buenas noticias, los testimonios de la gente honrada, los actos de solidaridad generosa, los logros que van propiciando una vida más digna para todos, etc.
La fiesta de hoy nos asegura que la humanidad no es tan mala, que hay mucho de bueno en ella, que la mayoría de las personas son honradas y decentes.

Ocurre lo mismo con nuestra Iglesia: ¿Qué suele publicarse en los medios de comunicación social, hablados o escritos? ¿Y cómo interpretan y divulgan las cosas que ocurren? Una pena. Y en la Iglesia abundan los cristianos de verdad, de condición pecadora, es cierto, por ser humanos, pero que creen con fe sincera y profunda, e intentan vivir la fidelidad al evangelio en la vida personal, familiar y social. Los conocemos. O los hemos conocido.

Porque vivieron así, murieron en el Señor. Y morir en el Señor significa pasar, con Cristo, de este mundo al Padre porque creyeron en él hasta el final. Viven y gozan para siempre de una total felicidad, porque están con Dios, que es la fuente de la verdadera felicidad, la que no se acaba, la que llena y satisface del todo.

Nos dice hoy San Juan en su carta que son hijos de Dios, que son semejantes a él y que lo ven tal cual es. ¡Qué maravilla!

Es un día de triunfo para ellos, pero para nosotros es motivo de estímulo y esperanza. ¿Por qué? San Agustín decía a su amigo Alipio momentos antes de convertirse a la fe:“Lo que tantos y tantas han podido, ¿por qué no nosotros?”. Nosotros podríamos decir lo mismo. 

Eran humanos como nosotros, tuvieron que luchar contra las mismas tentaciones que nosotros, vivieron en situaciones parecidas y quizás más difíciles. Hombres y mujeres, niños y jóvenes, sacerdotes y seglares, de la ciudad y del campo, familiares nuestros o desconocidos para nosotros..
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¿Que vivimos en tiempos más difíciles y duros que antes? ¿Por qué? Dice San Agustín que “se equivoca quien dice que los tiempos de antes eran mejores”. Y añade: “Nosotros somos los tiempos, y tal como seamos nosotros serán los tiempos”.

Ellos, sabiéndolo o no, vivieron el programa de las bienaventuranzas de Jesús. En ellas Jesús declara dichosos y felices a los desprendidos y generosos, a los limpios de corazón, a los que tienen entrañas de misericordia, a los que luchan por la paz y la construyen, a los que trabajan por la justicia... Incluso a los que son perseguidos por causa del evangelio.

El mundo propondrá otros caminos y otros valores (contravalores): el camino de la riqueza y el dinero, el éxito y la posición social, el poder y el dominio, el sexo y el placer... ¿Hay alguien que sea feliz de verdad viviendo y gozando estos “valores” que el mundo propone?

Jesús nos propone un camino mejor. Un camino seguro. Él lo recorrió primero: Fue pobre y sufrido, tuvo hambre y sed de justicia, creó paz y reconciliación, fue lleno de misericordia con los más desvalidos, limpio de corazón más que nadie. Y por si todo esto fuera poco, fue perseguido y murió por la salvación de todos.

Este magnífico programa de las bienaventuranzas es el que intentaron vivir los santos. Es el programa que hoy de nuevo Jesús y la Iglesia nos proponen. Como dice el prefacio de hoy, “en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”.
.P. Teodoro Baztén

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