¿Acaso, Señor Dios de la verdad, quienquiera
que sabe estas cosas te agrada a ti ya? ¡Infeliz, en verdad, el hombre que
sabiéndolas todas ellas te ignora a ti, y feliz, en cambio, quien te conoce,
aunque ignore aquéllas! En cuanto a aquel que te conoce a ti y a aquéllas, no
es más feliz por causa de éstas, sino únicamente es feliz por ti, si,
conociéndote, te glorifica como a tal y te da gracias y no se envanece en sus
pensamientos (Rm 1,21).
Porque así como es
mejor el que sabe poseer un árbol y te da gracias por su utilidad, aunque
ignore cuántos codos tiene de alto y cuántos de ancho, que no el que lo mide y
cuenta todas sus ramas, pero no lo posee, ni conoce, ni ama a su Creador, así
el hombre fiel —cuyas son todas las riquezas del mundo y que, no teniendo nada,
lo posee todo (2Co 6,10) por estar unido a ti, a quien sirven todas las cosas (Sal
118,91)—, aunque no sepa siquiera el curso de los septentriones, es —sería
necio dudarlo— ciertamente mejor que aquel que mide los cielos, y cuenta las
estrellas, y pesa los elementos, pero es negligente contigo, que has dispuesto
todas las cosas en número, peso y medida (Sab 11,21).
Conf. V, 4.7
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