miércoles, 1 de abril de 2015

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De la mano de San Agustín (27)

Brevedad de la vida

Así, pues, Jesucristo, el Señor, por medio de su carne otorgó la esperanza a la nuestra. Tomó lo que conocíamos en esta tierra, lo que aquí abunda: el nacer y el morir. Aquí abundaba el nacer y el morir; el resucitar y el vivir eternamente, no se daba aquí. Halló aquí viles recompensas terrenas; trajo otras foráneas, celestes. Si el morir te causa espanto, ama la resurrección. Hizo de su tribulación socorro para ti, pues tu salud se había hecho cosa vana. Por tanto, hermanos, reconozcamos y amemos en este mundo la salud que nos llega de fuera, es decir, la salud sempiterna, y vivamos en este mundo como peregrinos. Pensemos que estamos de paso, y pecaremos menos. Demos, más bien, gracias al Señor nuestro Dios por haber querido que el último día de esta vida esté cercano y sea incierto. El espacio temporal entre la primera infancia y la decrepitud es corto. Si hoy hubiera muerto Adán, ¿qué le habría aprovechado el haber vivido tanto? ¿Qué tiempo hay largo, si tiene fin? No hay quien vuelva atrás el día de ayer, y el de mañana viene urgiendo el paso al de hoy. Vivamos bien en este corto espacio, para llegar al término de donde nunca pasamos. Ahora mismo, mientras hablo, estamos pasando. Las palabras pasan corriendo y las horas, volando, y así nuestra edad, nuestras acciones, nuestros honores, nuestra miseria y nuestra felicidad. Todo pasa; pero no nos asustemos, puesto que la Palabra del Señor permanece para siempre. Vueltos al Señor, etc.
Sermón 124,4

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