sábado, 23 de mayo de 2015

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De la mano de San Agustín (16)

Jn 21, 20-25   Si le amas, ¿por qué no ha de seguirte?


Pero ha surgido una dificultad que no hay que pasar por alto. Después que el Señor dijo a Pedro: Sígueme, Pedro miró al discípulo que amaba Jesús, es decir, al mismo Juan, autor del evangelio, y dijo al Señor: «Señor, ¿y éste qué? Yo sé que le amas; ¿cómo entonces yo he de seguirte y él no?». Le responde el Señor: Yo quiero que él permanezca así hasta que vuelva; tú sígueme. El mismo evangelista, el mismo que escribió a quien se refería lo siguiente: Así quiero que permanezca hasta que vuelva, a continuación añade palabras propias en el evangelio y dice: A causa de estas palabras, se corrió entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no moriría. Y para eliminar esta opinión añadió: No dijo que él no fuese a morir, sino que dijo solamente: Así quiero que permanezca hasta que vuelva; tú sígueme (Jn 21,19-23). El rumor de que Juan no moriría lo destruyó el mismo Juan con las palabras mencionadas. Para que no se le diese fe precisó: «El Señor no dijo esto, sino esto». Sin embargo, Juan no expuso por qué el Señor dijo aquello; así nos dejó algo que nos invita a llamar, por si acaso se nos abre.

Cuanto el Señor se ha dignado concederme, según a mí me parece -y otros mejores que yo tendrán pareceres mejores-, pienso que esta dificultad se resuelve de dos maneras: o lo que dijo el Señor se refiere a la pasión de Pedro o al evangelio de Juan.

De referirse a la pasión, sígueme equivaldría a decir: «Sufre por mí, sufre lo mismo que yo». En efecto, Cristo fue crucificado, y también Pedro lo fue: experimentó los clavos y los tormentos. Juan, en cambio, no sufrió nada semejante. Así quiero que permanezca, es decir, que él muera sin heridas, sin tormentos y que me espere; tú sígueme: sufre lo que yo; yo derramé mi sangre por ti, derrámala tú por mí. Ésta es una de las explicaciones posibles de lo dicho: Así quiero que permanezca hasta que vuelva; tú sigue (Jn 21,22): no quiero que él sufra; sufre tú.

Si se refieren al evangelio de Juan, me parece que han de entenderse de la siguiente manera: Pedro y otros escribieron sobre el Señor, centrándose sobre todo en su aspecto humilde. Cristo, el Señor, es Dios y hombre. ¿Qué es el hombre? Alma y carne. Pero ¿qué clase de alma, pues también las bestias la tienen? Cristo consta de la Palabra, la razón, el alma y la carne. Acerca de la divinidad, algo encontramos en las cartas de Pedro, a la vez que es el aspecto que más destaca en el evangelio de Juan. En el principio existía la Palabra (Jn 1,1) -dijo él mismo-. Transcendió las nubes, los astros, los ángeles y toda criatura, y llegó a la Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas. En el principio existía la Palabra; ella estaba en el principio junto a Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas (Jn 1,1-3). ¿Quién puede verla, pensarla, acogerla dignamente o pronunciarla como se merece? Sólo cuando venga Cristo será bien comprendida. Así quiero que permanezca hasta que vuelva (Jn 21,22). Yo os lo he expuesto como he podido; él puede hacerlo mejor en vuestros corazones.

Sermón 253, 4-5

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