lunes, 25 de mayo de 2015

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Espíritu Vivificador

Mas el Espíritu Santo, al introducirnos en la divinidad del Hijo, nos lleva al seno del Padre, donde se halla el Hijo, es decir, crea en los cristianos el sentimiento profundo de la adopción de hijos llenos de confianza, entrega y amor. Nace de este modo una nueva psicología espiritual, que es la de hijos adoptivos de Dios.

Así debe interpretarse el texto paulino: Envió Dios en nuestros corazones el Espíritu Santo de su Hijo, que clamaba: ¡Abba, Padre! (Gal 4,6). Texto que responde también al de la carta a los Romanos: No sabemos orar, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables (Rom 13,26). Comenta San Agustín: «¿Qué significa: El Espíritu interpela, sino que nos hace interpelar con gemidos inenarrables, pero veraces, porque el Espíritu es verdad? De El también dice en otro lugar: Envió Dios el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, que clama: ¡Padre! (Gal 4,6). Y aquí, ¿qué significa que clama, sino que nos hace clamar, por aquella figura por la que llamamos día alegre, porque nos hace alegres?» (De dono persev. 64).

Estos textos y comentarios nos descubren la intimidad de la misión del Espíritu Santo, que produce en el corazón de los cristianos dos clases de sentimientos: los gemidos inenarrables, que San Agustín suele relacionar con los sentimientos de la miseria y del pecado, que nos hacen suspirar en este mundo lejos de Dios todavía y tristes por su ausencia. El gemido brota de la indigencia, del contacto con la miseria propia o ajena. El don de lágrimas, de que han gozado tantos hijos de Dios, proviene de este Espíritu.

Pero al mismo tiempo, El engendra en los cristianos el espíritu filial, o de hijos de adopción, que se dirige a Dios, llamándole Padre con la ternura, la confianza, la entrega del verdadero hijo, que ama a Dios por su misma
bondad y el amor que ha manifestado a nosotros.

Esta penetración en la intimidad del Padre completa la ascensión espiritual del alma, porque hasta que no llega allí no alcanza la altura y la trascendencia espiritual a que está llamada. Esta es la verdadera patria adonde nos lleva el Hijo, que, como Dios igual al Padre, es también la patria donde vamos. No hay patria sin Padre.

Y damos con esto nuevas pinceladas a los rasgos de la verdadera espiritualidad cristiana, que es espiritualidad de hijos, no de siervos, como fueron los hijos del Antiguo Testamento.

Como hijos de Dios, ellos poseen también la «libertad espiritual», con que se mueven en casa del Padre sin el interés servil y el miedo propio de los esclavos.

El miedo a Dios es un peligro que amenaza siempre a los hombres, como siervos del pecado, y es el que influyó también en el origen de la Reforma, como dice P. Landsberg: «Una de las fuentes más hondas de la reforma luterana es el terrible miedo del fraile a Dios; el miedo al Dios que enseñaban Occam y los occamistas, especialmente Gabriel Biel; el miedo al Dios de la arbitrariedad, que, no ligado a ley alguna, puede querer hoy esto y mañana lo otro, y distribuir caprichosamente su gracia a los hombres. A este espantable espectro, que fue decisivo también para Calvino, y sus terribles exageraciones de la omnipotencia de Dios, escapa Lutero mediante su doctrina teológica fundamental de la justificación por la fe» ((P.L. Landsberg, La Edad Media y nosotros p. 135-36 (Madrid 1925).

El Espíritu Santo contribuye con su caridad a liberar al cristiano de este miedo, infundiendo sentimientos auténticamente filiales en el trato con Dios. Si la espiritualidad cristiana de suyo es gozosa, libre y expansiva, es porque está liberada, a lo menos en innumerables cristianos, del miedo y del interés; porque saben que no abrazan a un fantasma, sino al Dios vivo, que se ha hecho amable y amante en el Hijo, enviado al mundo para salvarnos.

Todos estos y otros efectos que produce el Espíritu Santo en la Iglesia están bellamente resumidos en una imagen aplicada a la tercera persona: la de alma de la Iglesia, porque vivifica a toda ella, según confesamos en
el Credo, llamándole Espíritu vivificador.
En una catequesis de Pentecostés dice San Agustín: «Si queréis poseer al Espíritu Santo, poned atención, hermanos; el espíritu de que vive todo hombre se llama alma, y ya veis lo que ella hace en el cuerpo. Da vigor a todos los miembros: por los ojos ve, por los oídos oye, por las narices huele, por la lengua habla, por las manos obra, por los pies camina; está presente en todos los miembros para darles vida; da vida a todos, y oficios a cada uno de ellos... Y así no oyen los ojos, no ven los oídos ni la lengua, ni hablan el oído y el ojo, pero todos viven; los oficios son diversos, pero la vida les es común.

Así acaece en la Iglesia de Dios: en unos santos hace milagros, en otras predica la verdad, en otros conserva la virginidad, en otros la pudicicia conyugal; en unos, una cosa, y en otros, otra; cada cual tiene su misión, pero
todos tienen vida. Pues lo que es el alma al cuerpo humano, tal es el Espíritu Santo al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia; lo que obra el alma en los miembros de un cuerpo, el Espíritu Santo lo hace en toda la Iglesia»  (Sermón 267, 4).

Por este cuadro puede verse la acción y significación del Espíritu Santo en la Iglesia, a cada uno de cuyos miembros da vida y operaciones propias con las formas más variadas de influjo. El anima y vivifica el Cuerpo místico, ya que «por la caridad nos hacemos espirituales» (Enarrat. In ps.47,14), y la caridad nos viene del Espíritu Santo.

Según lo dicho, el cristiano no debe perder el contacto con este Espíritu, porque Él es el que da la vida, la conserva, la aumenta y la lleva a su corona y perfección. Todo cuanto hay de sano y santo en la Iglesia, se debe a su influjo: «Deja, pues, tu espíritu y recibe el Espíritu de Dios. No tema tu espíritu que, cuando comience a habitar en él el Espíritu de Dios, ha de padecer estrecheces o apreturas en tu cuerpo. Cuando comenzare a habitar en tu cuerpo el Espíritu de Dios, no echará de allí a tu espíritu; no tengas miedo» (Sermón 169, 15).

El Espíritu Santo cohabita con todos y vivifica a todos, comunicándoles su ser espiritual y sus funciones.

Los dos símbolos o figuras principales en que el Espíritu Santo se ha manifestado visiblemente, la paloma y las lenguas de juego, tienen la misma significación: «Al enviar al Espíritu Santo, en dos formas lo manifestó visiblemente: por la paloma y el fuego. Por la paloma que se reposó sobre la cabeza de Cristo bautizado; por el fuego que se mostró sobre los apóstoles congregados» (In Io. Ev. Tr.6,3). La primera era el símbolo de la sencillez o del amor inocente, el segundo significaba el ardor de .la caridad. Las dos cosas son necesarias a los
discípulos de Cristo, como se manifestó pronto en Esteban, que era sencillo como paloma y ardiente como fuego» (Ibid).

Las operaciones del Espíritu Santo llevarán siempre estos rasgos, con que el Santo distingue la verdadera Iglesia de las cismáticas, utilizando la simbología de las palomas y los cuervos.

Tomado de: Agustín de Hipona. P. Victorino Capánaga.


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