miércoles, 1 de julio de 2015

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De la mano de San Agustín (1)

Hay que avanzar

  ¿Quién es el que no avanza? Quien se cree sabio; quien dice: «Me basta con lo que soy»; quien no pone atención a quien dijo: Olvidando lo de atrás y en tensión hacia lo que está delante, en mi intención persigo la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús ( Flp 3,13.14). Dijo que corría, que perseguía algo; no quedó parado, no miró atrás; y ¡lejos de nosotros pensar que se salió del camino quien lo enseñaba, quien lo conservaba y lo mostraba! Para que imitásemos su velocidad, dijo: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1Co 4,16). Pienso, hermanos amadísimos, que vosotros vais en el camino conmigo. Si soy lento, adelantadme; no sentiré envidia de vosotros; busco a quiénes seguir. Si, por el contrario, pensáis que voy yo más rápido, corred conmigo. Única es la meta a la que todos nos apresuramos por llegar, tanto los más lentos como los más veloces. Esto dijo el mismo Apóstol: Olvidando lo de atrás y en tensión hacia lo que está delante, en mi intención persigo una sola cosa: la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús. El núcleo de la frase es éste: persigo una sola cosa. Para llegar a esto, ¿qué ha dicho antes? Hermanos, yo no creo haberla alcanzado (Flp 3,13). He aquí quien no se queda parado: quien no cree haberla alcanzado; he aquí quien no quiere ser peregrino: quien no se queda en el camino, quien gozará en la patria. Yo, dijo. ¿Quién es ese «yo»? Yo, quien trabajé más que todos ellos. Sin embargo, cuando dijo: trabajé más que todos ellos, no expresó el «yo». Yo no creo haberla alcanzado. Está bien el «yo» cuando se refiere a algo humilde, no a algo motivo de orgullo. Yo, dijo, por lo que a mí se refiere, no creo haberla alcanzado. Eso él. Pero cuando dijo: Trabajé más que todos ellos, continúa: pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo (1Co 15,10). ¿Acaso la gracia de Dios no la alcanza? Con razón, pues, dijo allí: Yo. El no alcanzarla es resultado de nuestra debilidad; el alcanzarla es resultado de la ayuda de la gracia divina, no de la debilidad humana. ¿Quién hay, pues, que nos muestre; quién hay que nos enseñe; quién hay que pueda insinuarnos de manera digna cómo es verdad —lo que, sin duda alguna, es así— que nada hay en nosotros más que el pecado? Sepa esto la piedad, acúsese de ello la debilidad y desee ser sanada de lo mismo la caridad. No que ya la haya recibido o que ya sea perfecto (Flp 3,12). Y entonces añadió: Hermanos, yo mismo no creo haberla alcanzado. Y, exhortando a correr y a tender el corazón hacia lo que está delante, dijo: Cuantos somos perfectos pensemos así. Antes había dicho: No que ya la haya recibido o que sea ya perfecto; y luego dice: Cuantos somos perfectos pensemos así (Ibid. 15). Habías dicho que tú mismo, tan gran apóstol, eras imperfecto; ahora ya encuentras muchos perfectos, y dices: Cuantos somos perfectos pensemos así. Hay, pues, diversas clases de perfección.
Sermón 306B, 2

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