martes, 24 de noviembre de 2015

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De la mano de San Agustín ( 16 ): El arca, mandada construir por Noé, simboliza en todos sus detalles a Cristo y a la Iglesia

 Noé era un hombre justo y, como nos dice de él la Escritura, toda verdad, perfecto en su generación (Gn 6,9) (no, por cierto, con la perfección que han de conseguir los ciudadanos de la ciudad de Dios en la inmortalidad, que los igualará a los ángeles de Dios, sino con la que pueden ser perfectos los de este destierro); Dios le mandó construir un arca, en la cual se libraría de la devastación del diluvio con los suyos, su esposa, hijos y nueras, y con los animales que por mandato de Dios entraron con él en el arca. Ello es, sin duda, una figura de la ciudad de Dios peregrina en este siglo, esto es, de la Iglesia, que llega a la salvación por medio del madero en que estuvo pendiente el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús (1Tm 2,5).

Sus mismas dimensiones de longitud, anchura y altura significan el cuerpo humano, en cuya realidad anunció que vendría a los hombres, como realmente vino. La longitud del cuerpo humano, en efecto, desde la cabeza a los pies, es seis veces la de su anchura de un costado al otro, y diez veces el espesor desde el dorso al vientre; y así, si se mide un hombre tendido boca arriba o boca abajo, su longitud de la cabeza a los pies es seis veces la anchura del costado de derecha a izquierda, o viceversa, y diez veces su espesor desde el suelo.

Por eso el arca fue hecha de trescientos codos de longitud, cincuenta de anchura y treinta de altura. Y la puerta que quedó abierta en el costado es, ciertamente, el costado del Crucificado traspasado por la lanza (Jn 19,34); por ella verdaderamente entran los que acuden a él, ya que de allí nacieron los sacramentos, en que son iniciados los creyentes.

Los maderos cuadrados de que se mandó construir significan la vida de los santos firme en todos los aspectos, pues a cualquier parte que se vuelva lo que es cuadrado, siempre estará firme. Y los demás detalles que se ordenan en la cons­trucción de la misma arca son signos todos de las propiedades de la Iglesia.

Sería muy largo detallarlo todo; además, ya lo escribí en la obra Contra Fausto el maniqueo ( L 12, C 14), que niega se haya profetizado algo de Cristo en los libros de los hebreos. También puede ocurrir que alguien exponga estas cosas con mayor acierto que yo, y uno con más acierto que otro; siempre con la condición de que quien expone esto, si no quiere estar lejos del sentido de quien escribió estas cosas, procure que todo lo que dice vaya referido a esta ciudad de Dios, de que hablamos, peregrina en este mundo como en medio de un diluvio.

Por ejemplo, las palabras: Las partes inferiores las harás de dos y de tres pisos (Gn 6,16), si alguno las interpreta en otro sentido distinto del que yo expresé en aquel libro (L 4, C 16), es decir, que los dos pisos se refieren a la Iglesia reunida de todas las gentes, a causa de las dos clases de hombres, los de la circuncisión y los de la incircuncisión, a los que llama el Apóstol por otro nombre los judíos y los griegos ( Rm 3,9); y en cambio, los tres pisos significan la reparación de todos los pueblos después del diluvio merced a los tres hijos de Noé. Cada uno diga lo que le parezca, con tal de no apartarse de la regla de la fe.

No quiso que el arca tuviera mansiones sólo en la parte inferior, sino también en la superior, y por eso la llamó de dos pisos, y aun en otra superior a la última, llamándola tercer piso; de suerte que, desde el fondo hasta arriba, había tres pisos. Los cuales pueden significar las tres virtudes que encarece el Apóstol: la fe, la esperanza y la caridad (1Co 13,13). O también, con mucha más propiedad, los tres grados de fecundidad del Evangelio: treinta, sesenta y cien por uno (Mt 13,8), de suerte que, en el primer grado, se encuentre la castidad conyugal; en el segundo, la de la viudedad, y en el tercero, la virginal. Y todavía se puede entender y afirmar de cualquier otra cosa mejor ajustada siempre a la fe de esta ciudad. Lo mismo diría de todo lo que aquí se va a exponer; pues, aunque haya variedad de explicaciones, siempre han de ajustarse a la unidad concorde de la fe católica.
C de D 15, 26, 1-2

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