jueves, 26 de noviembre de 2015

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De la mano de San Agustín (18): Si te abrazas al mundo siendo feo, ¡cómo te unirías a él si fuese hermoso!


 Esto tiene lugar solamente si creemos, si despertamos nuestra fe. Nos turbamos inútilmente. ¿Por qué nos turbamos inútilmente? Porque, cuando Cristo dormía en la barca, casi naufragaron los discípulos. Dormía Cristo y se mostraban inquietos los discípulos. Arreciaban los vientos, las olas se encrespaban, la barca se hundía  (Cf Mt 8,23-27). ¿Por qué? Porque Jesús dormía. Del mismo modo tú, cuando arrecian en este mundo las tempestades de las tentaciones, se turba tu corazón como si fuese tu barca. ¿Por qué, sino porque duerme tu fe? ¿No dice el apóstol San Pablo que Cristo habita en nuestros corazones por la fe  (Cf Ef 3,17)? Despierta, pues, a Cristo en tu corazón; esté vigilante tu fe, tranquilícese tu conciencia; entonces se salva tu barca. Advierte que es veraz quien prometió. Todavía no lo ha mostrado, porque aún no ha llegado el tiempo. No obstante, ya ha manifestado muchas cosas. Prometió a su Cristo, y nos lo dio; prometió su resurrección, y la cumplió; prometió su evangelio, y lo poseemos; prometió que su Iglesia iba a difundirse por todo el orbe, y es una realidad; predijo tribulaciones y un cúmulo de calamidades, y las ha mostrado. ¿Es mucho lo que queda? Se va cumpliendo lo prometido, se va cumpliendo lo predicho ¿y dudas de que va a llegar lo que queda? Tendrías motivos para temerlo si no vieras cumplido lo predicho. Hay guerras, hambres, desastres. Un reino se levanta contra otro; hay terremotos, montones de calamidades, abundancia de escándalos, enfriamiento de la caridad, abundancia de maldad  (Cf Mt 24,6-12). Lee todas estas cosas; han sido predichas; lee y cree que todo lo que estás viendo fue predicho, y cree que has de ver lo que aún no ha llegado, contando lo ya acontecido. Viendo que Dios muestra cumplido lo que predijo, ¿no crees que ha de dar lo que prometió? Debes creer justamente allí donde está el inicio de tu turbación.

Si el mundo se ha de acabar, hay que emigrar de este mundo; no hay que amarlo. El mundo está revuelto y, no obstante, se le ama. ¿Qué sucedería si estuviese tranquilo? ¿Cómo te unirías a él sí fuese hermoso, tú que así lo abrazas siendo feo? ¿Cómo recogerías sus flores, tú que no retiras tu mano ante las espinas? No quieres abandonar el mundo; el mundo te abandona a ti, y tú sigues tras él. Purifiquemos, pues, amadísimos, el corazón y no perdamos la capacidad de aguante; percibamos la sabiduría y mantengamos la continencia. Pasa la fatiga; viene el descanso; pasan las delicias falsas, y llega el bien que deseó el alma fiel, ante el cual se enardece y por el cual suspira todo el que se siente peregrino en este mundo: la patria buena, la patria celeste, la patria que contemplan los ángeles, la patria en que no muere ningún ciudadano, a la que no es admitido ningún enemigo; la patria en que tendrás al Dios sempiterno como amigo y en la que no temerás ningún enemigo.
Sermón 38, 10-11

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