sábado, 28 de noviembre de 2015

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De la mano de san Agustín (20): Ámalo cuando está ausente, para disfrutar de él cuando esté presente

Existe, pues, otra cosa que nos tiene reservada Dios. Por ella hay que rendirle culto, por ella hay que amarlo. Él se reserva a sí mismo para quienes le aman; quiere mostrar su rostro a los purificados, no al ojo de la carne, sino al del corazón. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios  (Mt 5,8). Ama para ver; lo que vas a ver no es algo de poco precio, no es algo que se lo lleva el viento; verás a aquel que hizo cuanto amas. Y si esas cosas son hermosas, ¿cómo será quien las hizo? Dios no quiere que ames la tierra, no quiere que ames el cielo, es decir, las cosas que ves, sino a él mismo a quien no ves  (Cf 1Jn 4,12). El no verle no durará por siempre si tampoco dura por siempre el no amarle. Ámale cuando está ausente, para disfrutar de él cuando se haga presente. Ten deseo del que vas a poseer, de quien vas a abrazar. Primeramente adhiérete mediante la fe; luego te unirás a él en la realidad. Por el momento, en cuanto peregrino, caminas por la fe y la esperanza (Cf 2Co 5,6-7); cuando hayas llegado, gozarás de aquel a quien amaste mientras eras peregrino. Él mismo fundó la patria, para que te dieses prisa en llegar a ella. Desde ella te envió una carta, para que no difieras regresar de tu peregrinación. Por tanto, si te diriges a tal patria, donde gozarás del fundador de la misma, entonces ahora estás en el desierto rodeado de muchas tentaciones y has de precaverte del ene­migo. Aprende contra quién has de cantar: Líbrame, Dios mío, de la mano del pecador, y de la del malvado e injusto (Sal 70,4). El pecador es, hermanos, el diablo; él es el malvado y el injusto; aspira a liberarte de su mano, de modo que, recorrido el trayecto en el cual se atreve a ponerte asechanzas, llegues a la patria donde él no puede ser admitido.
Sermón 22A, 4

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