domingo, 29 de noviembre de 2015

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Primer Domingo de Adviento (C)


Comenzamos de nuevo el tiempo de Adviento. Es uno de los tiempos fuertes de la liturgia de la Iglesia. Como son también tiempos fuertes Navidad, Cuaresma y Pascua. El resto se llama Tiempo Ordinario o normal. Los tiempos fuertes son o para preparar un acontecimiento importante de la vida de Jesús (el Adviento de cara a su nacimiento o la Cuaresma para prepararnos para la Pascua) o para celebrarlo (Tiempo de Navidad y Tiempo Pascual)

Adviento es una palabra que significa venida. Tiempo de espera de la venida de alguien. En este caso, de Jesucristo. ¿Y cuándo viene Jesús? Vino hace unos dos mil años y vendrá la final de los tiempos. Una doble venida. En la primera parte del adviento la Iglesia nos invita a mirar o estar atentos a la venida última, al final del tiempo, cuando venga, en lenguaje bíblico, sobre las nubes, con gran poder y majestad. La segunda parte del adviento contemplará la celebración de su nacimiento en Navidad. 

Iniciamos, pues, la primera parte de este tiempo litúrgico con la mirada puesta en la última venida de Jesús.  Hemos oído al mismo Jesús en el evangelio de hoy decir que vendrá en su gloria a traernos la salvación definitiva. 

No debemos distraernos con el lenguaje que emplea; habla, por ejemplo, de catástrofes cósmicas y de grandes tribulaciones. Es un lenguaje apocalíptico, propio de la literatura judía. No hay que tomarlo al pie de la letra. Quiere decir, entre otras cosas, que los males de este mundo, que ciertamente existen a lo largo de todos los tiempos, pasarán y llegará nuestra liberación definitiva. Además, el final del mundo para cada cual será su propia muerte. Y la muerte, para el cristiano, será el paso a la vida en Dios.

Lo que importa es que mantengamos siempre el ánimo y la esperanza, que no nos invada el miedo, sino la confianza en el Dios de la vida y el anhelo de la salvación. Son las palabras de Jesús: Levantaos, tened ánimo, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. 

Se nos pide, para que ese momento no nos coja desprevenidos, que no nos dejemos llevar por el vicio, cualquiera que él sea, ni la preocupación por el dinero. Y añade que estemos siempre despiertos. Es decir, vigilantes y alerta. Al que vigila, difícilmente le sorprenderá el maligno. Y añadir a la vigilancia, la oración para pedir la fuerza necesaria para salir airosos de nuestros males, particularmente del pecado.

San Pablo nos presenta la receta del amor. El amor mutuo y a todos, dice. Será la clave para presentarnos ante el Señor, que vendrá con todo sus santos, limpios e irreprochables. 

Actitudes fundamentales para este tiempo:
La esperanza. Esperar al que va a llegar, Jesús, como el bien mayor. Viene a darnos la vida, a salvarnos. Se acerca vuestra liberación. Pero es una esperanza trabajada, como el campesino que espera la cosecha, pero, antes, prepara la tierra, la siembra, la cuida. Si no trabajara, no habría cosecha posible. O el estudiante…

La vigilancia. La tentación nos acecha en todo momento. Jesús habla hoy de toda clase de vicios y de la preocupación del dinero. Hay que estar alerta, vigilar y poner los medios necesarios para no caer. Vigilantes para vivir siempre en gracia.

La oración. Si siempre es necesaria, es conveniente intensificarla en ciertos momentos. Y momento especial es el adviento. Hay una oración muy breve que deberíamos repetir frecuentemente en este tiempo: Ven, Señor Jesús.

El amor. Como nos dice hoy San Pablo. Amor mutuo, amor a todos. Evitar toda clase de rencillas, peleas domésticas, indiferencia ante los problemas de los otros (más pobres, inmigrantes, enfermos, ancianos…). Tener, más bien, actitudes de colaboración y servicio, de acogida y perdón, etc. Hacer de nuestra parroquia una parroquia solidaria. No hay fronteras ni límites para el amor.

La Eucaristía, por ser el mismo sacrificio de Cristo, es la prueba mayor de este amor de Jesús que viene para hacerse uno de nosotros y solidarizarse, con todo su amor, con todos.
P. Teodoro Baztán Basterra

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