sábado, 13 de febrero de 2016

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De la mano de San Agustín (12): La penitencia

 Los paganos acostumbran reprochar a los cristianos la penitencia que ha instituido la Iglesia, que ha mantenido esta verdad católica contra algunas herejías. Hubo quienes enseñaron que a ciertos pecados no se podía conceder la penitencia; los tales fueron excluidos de la Iglesia y se convirtieron en herejes. La madre Iglesia no pierde sus piadosas entrañas ante ninguna clase de pecado. A propósito de lo cual suelen como insultarnos los paganos, sin saber lo que dicen, puesto que no han llegado hasta la Palabra, que hace locuaces las lenguas de los niños de pecho. «Vosotros, dicen, promovéis el pecado de los hombres al prometerles el perdón si luego hacen penitencia. Esto es libertinaje, no una exhortación a no pecar». Esta afirmación cada cual la exagera con cuantas palabras puede y no callan con su lengua, ya sonante, ya tartamudeante. Cuando les hablamos, aunque les venzamos, no dan su asentimiento. No obstante, escuche vuestra caridad cómo han de ser vencidos, porque la misericordia divina lo ha dispuesto todo de forma maravillosa en su Iglesia. Afirman que nosotros damos licencia para pecar porque prometemos el puerto de la penitencia. Si se cerrase la entrada a la penitencia, ¿no añadiría aquel pecador pecados sobre pecados, tanto más cuanto mayor fuera su desesperación de alcanzar el perdón? En efecto, se diría a sí mismo: «He aquí que he pecado, he cometido un crimen; ya no hay lugar para el perdón; la penitencia es infructuosa; voy a ser condenado; ¿por qué no vivir ya a mis anchas? Dado que ya no encuentro amor allí, al menos saciaré aquí mi pasión. ¿Por qué abstenerme? Allí se me ha cerrado la entrada; lo que no haga aquí, eso perderé, puesto que no se me concederá la vida futura. ¿Por qué, pues, no ponerme al servicio de mis pasiones, para darles satisfacción y saciarlas, y hacer lo que me agrada, aunque no sea lícito?» Se le podría decir tal vez: «Pero, miserable, serás apresado, acusado, torturado, castigado». Saben bien los hombres malos que así suelen hablar los hombres y que así es entre ellos, pero se fijan en que muchos que viven mal y criminalmente viven impunes entre sus pecados; pueden ocultarlos, pero no redimir lo que pueden ocultar; redimir hasta la vejez una vida lasciva, blasfema, sacrílega, perdida. Echan cuentas para sí. ¿Qué se dicen? ¿No llegó hasta la vejez aquel que cometió tantos pecados? ¿No adviertes que aquel pecador y malvado murió anciano precisamente para que Dios mostrase en él su paciencia, esperando que hiciera penitencia? Por lo cual dice el Apóstol: ¿Ignoras que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia? El, en cambio, de acuerdo con la dureza e impenitencia de su corazón, se atesora ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que pagará a cada uno según sus obras (Rm 2,4-6). Es preciso, pues, que este temor se apodere de las mentes; es preciso que aquel que quiere no pecar piense para sí que tiene a Dios presente no sólo cuando está en público, sino también en su casa; y no sólo en casa, sino también en su habitación, en la noche, en su lecho, en su corazón. Por tanto, si eliminas el puerto de la penitencia, con la desesperación aumentarán los pecados. Ved que nada responden quienes piensan que aumentan los pecados porque la fe cristiana ofrece el puerto de la penitencia. ¿Qué decir, pues? ¿No debió proveer Dios para que, a causa de la esperanza de perdón, no aumentasen los pecados? Del mismo modo que ha provisto para que la desesperación no los aumentase, debe haber provisto para que tampoco la esperanza los aumente. En verdad, del mismo modo que puede aumentarlos la desesperanza, puede aumentarlos también la esperanza de perdón. Puede uno decirse: «Haré lo que quiero. Dios es bueno, y me perdonará cuando me convierta». Dite a ti mismo, pues: «Me perdonará cuando me convierta»; esto supuesto que tengas asegurado el día de mañana. ¿No va en esta dirección la exhortación de la Escritura, que dice: No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de día en día; de improviso vendrá su ira y en el tiempo de la venganza te perderá? (Si 5,8-9) Ved, por tanto, que la providencia de Dios nos guardó de una y otra cosa. Para que no aumentemos nuestros pecados por falta de esperanza, nos propuso el puerto de la penitencia, y para que no los aumentáramos por exceso de ella, dejó en la incertidumbre el día de nuestra muerte.
Sermón 352, 9



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