sábado, 6 de febrero de 2016

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De la mano de San Agustín (6): Mientras vivas entre los hombres, no podrás separarte del género humano

¿Cuál os parece que será la razón, hermanos, por la que los desiertos se han llenado de siervos de Dios? Si les hubiera ido bien entre los hombres, se habrían apartado de los hombres? Y sin embargo, ¿qué es lo que hacen? Mirad cómo se van lejos, y se quedan en el desierto; pero ¿se mantienen aislados? No, la caridad los conserva unidos, viven en grupos numerosos; y entre tantos como son, también los hay quienes los someten a prueba. Y es que en toda comunidad numerosa, es inevitable que haya quienes se portan mal. Dios, que conoce bien cómo debemos ser probados, mezcla entre nosotros a algunos que acaban no perseverando, o a quienes viven una vida falsa, que ni siquiera se inician en lo que deberían perseverar. Él sabe bien que necesitamos soportar a los malos, y así se hará más consistente nuestra bondad. Amemos a los enemigos, corrijámoslos, castiguémoslos, excomulguémoslos, y lleguemos incluso a separarlos de nosotros, pero con amor. Mirad lo que dice el Apóstol: Si alguien no da oídos a las palabras de esta carta, señaladle con el dedo y no os mezcléis con él. Y para que en esto no se te entrometa la ira, y se te nublen los ojos, no lo consideréis, sigue diciendo, como a un enemigo, sino corregidlo como a un hermano para que se avergüence (2Ts 3,14-15). Ordena separarse de él, pero no suprime el amor. Sigue sano el ojo aquel, sigue tu vida. Porque perder el amor sería tu muerte. Es lo que temió perder el que dijo: Me ha sobrevenido el miedo a la muerte ( Sal 54,5). Así pues, para que no pierda yo la vida del amor, ¿quién me diera alas como de paloma, y volaré y descansaré? ¿Adónde vas a ir, adónde volarás, dónde descansarás? Mirad, he huido lejos y me he quedado en el desierto. ¿En qué desierto? Adondequiera que vayas se han de reunir otros muchos, buscarán contigo el desierto, tratarán de imitar tu vida, y tú no puedes rechazar el hacer comunidad con los hermanos; también se mezclarán contigo algunos malos; todavía debes seguir pasando pruebas. Mirad, he huido lejos y me he quedado en el desierto. ¿En qué desierto? Quizá sea el desierto de tu conciencia, donde no entra ningún hombre, donde nadie está contigo, donde estáis solos tú y Dios. Pero si se trata de un desierto local, ¿qué harás de los que se congreguen contigo? Del género humano no vas a poder separarte, mientras vives con los hombres. Observa, más bien, a aquel consolador, el Señor y rey, emperador y creador nuestro, creado también entre nosotros. Date cuenta de cómo entre sus doce mezcló a uno a quien tuvo que sufrir.

Dice: Mirad, he huido lejos y me he quedado en el desierto. Tal vez éste se haya refugiado en la intimidad de su conciencia, y allí habrá encontrado un cierto desierto donde descansar. Pero sucede que el amor lo llega a turbar; estaba solitario en su conciencia, pero no aislado en el amor; interiormente se consolaba en su conciencia, pero por fuera los sufrimientos no lo dejaban en paz. De ahí que sosegado en sí mismo, pero preocupado por los demás, y todavía víctima de la tribulación, ¿qué dice? Esperaba al que me iba a salvar de mi cobardía y de la tempestad. Está el mar, está la tempestad; no te queda más remedio que gritar: ¡Señor, que perezco! (Mt 14,30) Que te dé una mano aquél que camina valiente sobre las olas, que te libre de tus temores, afiance en él tu seguridad, que te hable en tu intimidad, y te diga: Fíjate en mí, cuánto he tenido que sufrir. Quizá estás soportando a un hermano que se porta mal, o te hace sufrir un enemigo externo; ¿y yo no los tuve que sufrir? Bramaban por fuera los judíos, y dentro un discípulo me traicionaba. Brama la tempestad, sí, pero él nos salva de la cobardía y de la tempestad. Quizá zozobra tu nave porque está él durmiendo en tu interior. Se puso bravo el mar, peligraba la barca en que bogaban los discípulos; y no obstante, Cristo dormía; al fin ellos cayeron en la cuenta de que estaba durmiendo entre ellos el dueño y creador de los vientos. Se acercaron y despertaron a Cristo; dio orden a los vientos, y vino una gran calma (Cf Mt 8,23-26). Con razón puede turbarse tu corazón, por haberse alejado de ti aquél en quien creías; tu sufrimiento se torna intolerable, ya que no tienes presente en tu corazón cuánto ha sufrido Cristo por ti. Si de Cristo no te acuerdas, es que duerme: despierta a Cristo, reaviva tu fe. Cristo duerme en ti cuando te olvidas de sus padecimientos; Cristo está en ti en vela cuando los tienes presentes. El día que llegues a descubrir con toda claridad todo lo que él padeció ¿no vas a tolerar también tú con ánimo sereno, y hasta con alegría quizá, lo que te hace semejante en algo a los padecimientos de tu Rey? Y luego, cuando, con estas reflexiones, comiences a consolarte y alegrarte, ya resucitó Cristo, ya imperó a los vientos y se hizo la bonanza. Esperaba al que me iba a salvar de la cobardía y de la tempestad.
Coment. al Salmo 54,9

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