martes, 24 de mayo de 2016

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De la mano de San Agustín (7): La sed de alcanzar la verdad

 Muchas cosas ansía, Señor, mi corazón en esta pobreza de mi vida, sacudido por las palabras de tu santa Escritura. Y ocurre de ordinario que el discurso es abundante en la penuria de la inteligencia humana; porque habla más la búsqueda que el hallazgo, y más larga es la petición que la consecución, y más trabaja la mano llamando que recibiendo.

Tenemos una promesa: ¿Quién podrá desvirtuarla? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rm 8,31) Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe, y el que busca, hallará, y al que llama, le será abierto (Mt 7,7). Promesas tuyas son. ¿Y quién temerá ser engañado, siendo la Verdad la que promete?

 Alabe tu alteza la humildad de mi lengua, porque tú has hecho el cielo y la tierra, este cielo que veo y esta tierra que piso, de la cual procede esta tierra que llevo. Tú los has hecho.

Pero ¿dónde está, Señor, el cielo del cielo, del cual hemos oído decir en el Salmo: El cielo del cielo para el Señor, mas la tierra la ha dado a los hijos de los hombres? (Sal 113,16) ¿Dónde está el cielo que no vemos, en cuya comparación es tierra todo lo que vemos?

Porque este todo corpóreo, no todo en todas partes, de tal modo tomó una forma bella, que lo es hasta en sus últimas partes, cuyo fondo es nuestra tierra; pero en comparación de aquel cielo del cielo, aun el cielo de nuestra tierra es tierra. Y así ambos cuerpos grandes [nuestro cielo y nuestra tierra] son sin absurdo tierra respecto de aquel no sé qué cielo, que es para el Señor, no para los hijos de los hombres.
Conf. XII, I-II

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