domingo, 24 de julio de 2016

// //

XVII Domingo del Tiempo Ordinario C - Reflexión. Aprende esto tú y enséñalo

Hemos oído la exhortación de nuestro Señor, maestro celeste y fidelísimo consejero, exhortador a que pidamos y dador cuando pedimos. Le hemos escuchado en el Evangelio exhortándonos a pedir con insistencia y a llamar hasta parecer impertinentes. Nos propuso un ejemplo en esta dirección. «Si alguno de vosotros tuviese un amigo, a quien de noche pidiese tres panes por habérsele presentado en casa otro amigo que viene de viaje y hallarse sin nada que ofrecerle, si aquél le respondiera que ya está descansando y con él sus criados y que, por tanto, no le moleste; si, con todo, él insiste y persevera llamando, sin acobardarse por la indelicadeza; al contrario, forzado a hacerlo por la necesidad, el otro se levantará, si no por la amistad, al menos por su tozudez y le dará cuantos panes quisiere». ¿Cuántos quiso? Solamente tres. A la parábola añadió el Señor una exhortación, en que nos estimuló ardientemente a pedir, buscar y llamar hasta conseguir lo que pedimos, lo que buscamos y aquello por lo que llamamos, sirviéndose de un ejemplo por contraste: El del juez que, a pesar de no temer a Dios ni sentir respeto alguno por los hombres, ante la insistencia cotidiana de cierta viuda, vencido por el cansancio, le dio refunfuñando lo que no supo otorgar como favor. Nuestro Señor Jesucristo, que con nosotros pide y con el Padre da, no nos exhortaría tan insistentemente a pedir si no quisiera dar. Se avergüence la desidia humana: más dispuesto está él a dar que nosotros a recibir; más ganas tiene él de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias. Y quede bien claro: si no nos liberan de ella, permaneceremos siendo miserables; si nos exhorta, para nuestro bien lo hace.

Estemos vigilantes y demos fe a quien nos exhorta; cumplamos con quien promete y alegrémonos con quien da. Quizá también a nosotros se nos presentó un amigo que venía de viaje y no teníamos qué darle; en nuestra necesidad, recibimos para él y para nosotros. Es casi imposible que uno no se haya topado con un amigo que le pregunta algo a lo cual no sabe responder; la necesidad de dar le manifestó su carencia.

Se te presenta un amigo que va de viaje, es decir, de viaje por esta vida, por la cual todos pasamos como peregrinos, pues ninguno permanece en ella como dueño, sino que a todo hombre se dice: Reparaste tus fuerzas, sigue, ponte en camino y deja tu sitio al que viene detrás. O quizá es otro amigo tuyo, que viene de un mal viaje, es decir, de una mala vida, fatigado por no haber encontrado la verdad, oída y conocida la cual alcance la felicidad, y cansado y extenuado en medio de toda concupiscencia y carestía del mundo, quien viene a ti y te dice: «Dame razón de tu fe; hazme cristiano». Te pregunta quizá lo que, debido a la simplicidad de tu fe, ignoras; no tienes, por tanto, con qué reparar las fuerzas del hambriento y su demanda te sirvió de toque de atención para conocer tu indigencia. Y por ello, al querer enseñar te ves obligado a aprender, y la confusión en que te pone quien no encontró en ti lo que buscaba, te fuerza a buscar para merecer encontrar.
¿Y dónde buscarás? ¿Dónde sino en los libros del Señor? Quizá lo que te preguntó se halla en el libro, pero está oscuro. Quizá lo dijo el Apóstol en alguna de sus cartas, pero en tal forma que puedes leerlo, aunque no entenderlo; no se te permite pasar, pues, adelante. Pero quien te pregunta sigue urgiendo; a ti, en cambio, no se te permite preguntar directamente a Pablo o a Pedro o a algún profeta. Esta familia descansa con su Señor; la ignorancia de este siglo es fuerte, es decir, es la medianoche y el amigo hambriento apremia. Quizá a ti te bastaba una fe sencilla, pero no a él. ¿Por ventura hay que abandonarlo? ¿Hay que arrojarlo, acaso, de casa? Llama con tu oración al Señor mismo con quien descansa su familia, pide, insiste. No necesita ser vencido por la importunidad, como el amigo aquel, para levantarse y darte. Él quiere dar. Si llamando aún no has recibido nada, sigue llamando, pues desea dar. Difiere el dar lo que desea dar para que al diferirlo lo desees más ardientemente, no sea que, otorgándotelo, luego te parezca cosa vil'. Cuando hayas conseguido los tres panes, es decir, el alimento que es el conocimiento de la Trinidad, tendrás con qué vivir tú y con qué alimentar al otro. No tengas miedo de que venga un peregrino de viaje; al contrario, hazle miembro de tu familia recibiéndole. No temas tampoco que se te acaben las provisiones. Ese pan no se termina; antes bien, terminará él con tu indigencia. Es pan, y es pan, y es pan: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Eterno el Padre, coeterno el Hijo y coeterno el Espíritu Santo. Inmutable el Padre, inmutable el Hijo e inmutable el Espíritu Santo. Creador tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pastor y dador de vida tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Alimento y pan eterno el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Aprende esto tú y enséñalo. Vive tú de él y alimenta al otro. Dios, que es quien da, no puede darte cosa mejor que a sí mismo. ¡Avaro! ¿Qué otra cosa deseas? Si pides algo más, ¿qué te ha de bastar, si Dios no te basta?
San Agustín, Sermón 105, 1-4


0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario