miércoles, 3 de agosto de 2016

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De la mano de San Agustín (2): Las maravillas de Dios

Tal vez alguno que haya quedado impactado por este versículo y quisiera corregirse, y a quien ha sobrecogido el temor aquel de la justicia de la fe, y queriendo comenzar a caminar por el sendero estrecho, tal vez, repito, nos quiera decir: No voy a perseverar en el camino, si no puedo asistir a ningún espectáculo. ¿Qué hacer, hermanos? ¿Lo vamos a dejar sin que asista a ninguno? Morirá, no aguantará, no nos seguirá. ¿Qué hacer entonces? Ofrezcámosle otra clase de espectáculos. ¿Y qué espectáculos le vamos a ofrecer a un cristiano, a quien queremos liberar de esa clase de espectáculos? Doy gracias al Señor Dios nuestro: el siguiente versículo del salmo nos muestra qué espectáculos debemos presentar y ofrecer a los ansiosos espectadores. Y suponiendo que se haya alejado del circo, del teatro, del anfiteatro, y busque algo que ver, y lo busque de verdad, no lo vamos a dejar sin espectáculos. ¿Qué le vamos a ofrecer a cambio de los otros? Escucha lo que sigue: Muchas son las maravillas que tú has realizado, Señor Dios mío. Si se fijaba en lo admirable de los hombres, que contemple las maravillas de Dios. Son muchas las maravillas que ha hecho Dios: que dirija hacia ellas su mirada. ¿Por qué han perdido su encanto para él? Ensalza al auriga que domina una cuadriga, cuyos caballos corren impecables y sin tropiezo; ¿acaso no ha hecho Dios milagros así en el orden espiritual? Domine la lujuria, domine la pereza, domine la injusticia, domine la imprudencia, que gobierne y someta a sí mismo todos estos movimientos que, al ser muy resbaladizos, originan tales vicios; que sostenga las riendas y no irá descarriado; que conduzca en la dirección que quiere, y no será arrastrado adonde no quiere. Ensalzaba al auriga, y como un auriga será ensalzado; gritaba para que el auriga fuese revestido con el manto del triunfo, y él será revestido de inmortalidad. He aquí los premios, he aquí los espectáculos que organiza Dios. Desde el cielo clama: Os estoy esperando; luchad, que os ayudaré; venced, que yo os coronaré. Muchas son las maravillas que tú has realizado, Señor Dios mío; y en tus designios nadie hay semejante a ti. Ahora mira al histrión. Aprendió el hombre con gran esfuerzo a caminar sobre la maroma, y su equilibrio te tiene a ti en suspenso. Fíjate en el empresario de los mayores espectáculos. Éste aprendió a andar sobre una cuerda, ¿pero acaso logró caminar sobre el mar? Olvídate de tu teatro, y mira a nuestro Pedro, que no fue un funámbulo, sino, por así decir, un mariámbulo. Camina también tú no sobre aquellas aguas en las que Pedro caminó, con algún significado, sino sobre otras aguas, ya que este mundo es un mar. En él hay amarguras peligrosas, está el oleaje de las tribulaciones, las tempestades de las tentaciones; tiene en su seno hombres como peces, que se alegran del mal que hacen, y como que se devorasen entre sí; camina por aquí, pisa este mar. Quieres asistir a un espectáculo: sé tú mismo el espectáculo. No te desanimes, mira al que va delante de ti, que te dice: Estamos llamados a ser espectáculo de este mundo, de los ángeles y de los hombres (1Co 4,9). Pisa el mar, para no hundirte en él. No irías por él, no lo pisarías, si no te lo hubiera ordenado el que caminó primero sobre el mar. Por eso dijo Pedro: Si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. Y como sí era él, escuchó su petición, le cumplió su deseo, lo llamó para que caminase, lo levantó cuando se hundía (Mt 14,28-31). Estas maravillas hizo el Señor: fíjate en ellas; el ojo del espectador debe ser la fe. Y haz tú lo mismo, porque aunque soplen los vientos, aunque bramen las olas, y tu humana fragilidad te haga tambalear por alguna duda sobre tu salvación, tienes a quién gritar y decirle: ¡Señor, que me hundo! No te va a dejar que perezcas, habiéndote mandado él caminar. Pero como ya caminas sobre la roca, ni siquiera en el mar debes temer; y si estás fuera de la roca, te hundirás en el mar, porque hay que caminar sobre la roca que no se ha sumergido en el mar.
CS 39,9

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