domingo, 21 de agosto de 2016

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XXI Domingo del Tiempo Ordinario (C) Reflexión

Cumplida su misión en Galilea, Jesús está de camino a Jerusalén, donde proseguirá su tarea de evangelización y culminará su vida. Y en este camino va enseñando por todas las ciudades y pueblos por donde pasa. La gente lo conoce de sobra por testimonios y noticias que llegan de todas partes.

De pronto uno le hace una pregunta, que también nos la hacemos todos en un momento o en otro. ¿Serán pocos los que se salven? ¿Serán muchos? 

Jesús no responde directamente a esta pregunta. Pero no deja sin respuesta al que la formula. Y lo que responde a quien le pregunta, nos lo dice a todos nosotros, a todos los que nos decimos creyentes. Nos preocupa lo que hay después de la muerte. Quien no cree, dice o afirma que la muerte es el final de todo, es un volver a la nada, que después no hay nada. Dicen de sí mismos que no creen, y creen que no hay nada. 

Pero viene Jesús y nos dice que la muerte no es el final, que es un paso hacia la vida para siempre, una vida en Dios y con Dios. La afirmación del Señor es rotunda y clara: Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y esta afirmación, con palabras distintas, la repite muchas veces. También dice la Biblia, Palabra de Dios por tanto, que quien no cree, ya está condenado. No hay otra alternativa.

De ahí la preocupación por saber cuántos se salvan, quiénes se condenan. ¿Quién podrá salvarse? ¿Me salvaré yo? Si el fututo en este mundo nos preocupa, mucho más debe preocuparnos el futuro en la otra vida. 

La respuesta de Jesús se refiere a la actitud y comportamiento que debemos tener en orden a la salvación. Pide esfuerzo, empeño permanente, poner los medios necesarios para que, en el momento que nos toque, podamos oír de Jesucristo: Pasa al banquete de mi Señor. En otra ocasión nos dice: El Reino de los cielos exige lucha, y únicamente los que se esfuerzan llegan a él. 

Todo lo que se propone el hombre como meta o aspiración importante exige esfuerzo y lucha permanente: la culminación de unos estudios, el matrimonio y la familia, un record mundial en el deportista, etc. Quien toma a la ligera sus estudios, o aquel para quien el matrimonio es un juego, o el atleta que renuncia a un entrenamiento constante, difícilmente alcanzará lo que se propone. Hay que trabajar, hay que luchar, hay que ir renunciando a muchas cosas para conseguir un bien mayor.
Mucho más en orden a la salvación eterna. Nos lo advierte el mismo Jesús: Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Dios quiere que el hombre se salve. Dios quiere la salvación para todos. Y él es quien nos salva si lo queremos nosotros. A nadie lo salva a la fuerza. Cuenta con nosotros. Para eso nos ha hecho libres y nos proporciona los medios necesarios. Se trata de arrimar el hombro y no desviarnos del camino o del bien obrar.

Un ejemplo: Hay tierra, hay semillas, hay agua y hay luz. Pero si el agricultor no planta ni riega, o si planta y no cuida la tierra, y si no está atento y vigilante para que no se dañe la posible cosecha, no habrá tal cosecha.

Otro: Hay colegios y universidades, maestros y profesores, libros y material pedagógico suficiente y excelente, pero si el estudiante no pone de su parte lo que debe poner, no aprobará el examen final.

Sería terrible que nos sucediera lo que se dice en el evangelio: os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”, y él replicará: “No sé quiénes sois… Alejaos de mí, malvados”

Pero no tengamos miedo. Dios es un Padre bueno que nos ama y quiere la salvación para todos. Si nos esforzamos para ser buenos cristianos, oiremos las palabras tan consoladoras de Jesús, que nos dirá: Venid, benditos de mi Padre, a heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
P. Teodoro Baztán Basterra

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