martes, 6 de septiembre de 2016

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De la mano de San Agustín (1): Vocación Monástica

Leí la carta que enviaste a los hermanos. Solicitas consuelo porque tus comienzos son sacudidos por numerosas tentaciones; en ella dejaste entender también que deseabas recibir carta mía. Me condolí contigo, hermano, y no he podido dejar de escribirte, otorgando a tu deseo, que lo es también mío lo que veo que me exige la caridad. Si te tienes por recluta de Cristo, no abandones el campamento, en el que has de edificar aquella torre de la que habla el Señor en el Evangelio (Cf. Lc 14,28). Si te mantienes en ella y militas bajo las armas de la palabra de Dios, por ninguna parte podrán penetrar las tentaciones Los dardos arrojados desde ella contra el adversario le llegan con mayor fuerza, y al ver los suyos se esquivan con tan firme baluarte.

Considera también que nuestro Señor Jesucristo, siendo nuestro Rey, gracias a su asociarse a nosotros, por el que se dignó ser también hermano nuestro, llamó reyes a sus soldados y advirtió a cada uno que, para luchar contra un rey que viene con veinte mil soldados, tiene que prepararse con diez mil (Cf. Lc 14,5).
 Pero mira lo que nos dice antes de presentarnos esas semejanzas de la torre y del rey que pretenden servirnos de exhortación: Si alguno viene a mi y no odia a su padre, y madre, y esposa, hijos, hermanos, hermanas y aun su propia alma, no puede ser mi discípulo. Luego añade: ¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero a calcular si tendrá dinero para concluirla, no sea que después de poner el cimiento, no pueda edificarla, y todos los que pasen y vean empiecen a decir: Este hombre empezó a edificar y no pudo acabar? ¿O qué rey, yendo a trabar combate con otro rey, no se sienta primero a pensar si podrá salir al paso con diez mil soldados al que viene contra él con veinte mil? En caso contrario, cuando todavía está lejos envía sus legados a pedir la paz (Lc 14, 36, 229. Y en la conclusión declara a qué venían estas semejanzas, diciendo: Así, aquel de vosotros que no renuncie a todo lo que posee no puede ser mi discípulo (Lc  14, 33).

Por donde vemos que el capital para edificar la torre y los diez mil soldados que se oponen al que viene con veinte mil, no significan otra cosa que la renuncia a todo lo que se tiene. Los antecedentes concuerdan con la conclusión Porque en la renuncia a todas las posesiones se incluye también el odiar al padre, madre, esposa, hijos, hermanos hermanas y aun la propia alma. Estas son las posesiones que casi siempre atan e impiden el obtener no lo propio temporal y transitorio, sino las cosas comunes que han de permanecer para siempre. Por el hecho de que ahora una mujer es tu madre, no puede serlo también mía. Por tanto, se trata de algo temporal y transitorio, como ya ves que ha pasado el hecho de que te concibió, te llevó en sus entrañas, te parió y te amamantó con su leche. Pero en cuanto es hermana en Cristo, lo es para ti y para mí y para todos aquellos a quienes se promete, en la misma comunión de la caridad, una herencia celeste: a Dios por Padre y a Cristo por hermano (Cf Rm 8,16-17). Son realidades eternas que no perecen con la pátina del tiempo. Las mantenemos y esperamos con tanta mayor firmeza cuanto más común y menos privado es el derecho con que se anuncia que se alcanzarán.
                                                                                                    San Agustín, Carta 243, 1-3
 


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