lunes, 19 de septiembre de 2016

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De la mano de San Agustín (5):Se avergüence el cristiano que carece de determinación

Aquel siervo a quien su amo iba a mandarle salir de la administración; pensó en su futuro y se dijo: Mi amo me va a expulsar de la administración. ¿Qué he de hacer? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza. De una cosa le aparta el trabajo; de la otra, la vergüenza; pero en esos apuros no le faltó decisión. Ya sé, dijo, lo que he de hacer. Reunió a los deudores de su amo y les presentó los contratos firmados. —Di tú, ¿cuál es tu deuda? El responde: —Cien medidas de aceite. —Siéntate rápidamente y pon cincuenta. Toma tu garantía. Y al otro: —Tú, ¿cuánto debes? —Cien medidas de trigo.

 —Siéntate y pon de prisa ochenta. Toma tu contrato. Así había reflexionado: cuando mi amo me expulse de la administración, ellos me recibirán, y la necesidad no me obligará ni a cavar ni a mendigar.

¿Por qué propuso Jesucristo el Señor esta parábola? No le agradó aquel siervo fraudulento; defraudó a su amo y sustrajo cosas, y no de las suyas. Además le hurtó a escondidas, le causó daños para prepararse un lugar de descanso y tranquilidad para cuando tuviera que abandonar la administración. ¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, para que se avergüence el cristiano que carece de determinación al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento. En efecto, así continuó: Ved que los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz. Cometen fraudes mirando por su futuro. ¿Mirando a qué vida tomó precauciones aquel mayordomo? A aquella vida de la que tendría que salir cuando se lo mandasen. Él se preocupó por la vida que tiene un fin, y ¿no te preocupas tú por la eterna? Así, pues, no améis el fraude, sino lo que dice: Haceos amigos; Haceos amigos con la «mammona» de la iniquidad.

Mammona es el nombre hebreo de las riquezas; por eso en púnico se las llama mamon. ¿Qué hemos de hacer, pues? ¿Lo que mandó el Señor? Haceos amigos con la «mammona» de iniquidad, para que también ellos os reciban en los tabernáculos eternos cuando comencéis a desfallecer. Es fácil de entender de estas palabras que hay que hacer limosnas, que hay que dar a los necesitados, puesto que en ellos es Cristo quien recibe. El mismo dijo: Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis. En otro lugar dijo también: Quien dé a uno de mis discípulos un vaso de agua fría sólo por ser discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa. Comprendemos que hay que dar limosnas, y no hay que perder mucho tiempo en elegir a quién se las hemos de dar, puesto que no podemos examinar los corazones. Cuando las das a todos, entonces las darás a los pocos que son dignos de ellas. Eres hospitalario; ofreces tu casa a los peregrinos; admite también al que no lo merece, para no excluir al que lo merece. No puedes juzgar ni examinar los corazones…

En aquellas palabras vemos indicado esto, porque quienes así obran se adquieren amigos que los reciban en los tabernáculos eternos una vez que sean expulsados de esta administración. En efecto, todos somos mayordomos; a todos se nos ha confiado en esta vida algo de lo que tendremos que rendir cuentas al gran padre de familia. Y a quien más se le haya confiado, mayor cuenta tendrá que dar. El primer texto que se leyó llenó de espanto a todos, y más todavía a los que presiden a los pueblos, sean ricos o pobres, sean reyes o emperadores, o jueces u obispos, u otros dirigentes de las iglesias. Cada cual ha de rendir cuentas de su administración al padre de familia. Esta administración es temporal, pero la recompensa para quien la lleva es eterna.

Mas, si llevamos la administración de forma que podamos dar buena cuenta de ella, estamos seguros de que luego nos confiarán cosas mayores. Ponte al frente de cinco posesiones, dijo el amo al siervo que le había dado buena cuenta del dinero que le había confiado para administrarlo. Si obramos rectamente, nos llamará a cosas mayores. Mas como es difícil no faltar muchas veces en una administración grande, no debe faltar nunca la limosna, para que, cuando tengamos que rendir cuentas, no sea para nosotros tanto un juez insobornable como un padre misericordioso. Pues, si comienza a examinar todo, encontrará mucho que condenar. Debemos socorrer en esta tierra a los necesitados para que se cumpla en nosotros lo que está escrito: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia. Y en otro lugar: El juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia.
San Agustín, Sermón 359 A, 9-11




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