lunes, 26 de septiembre de 2016

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De la mano de San Agustín (7): Lc 16, 19-31: Tú te jactas de ser pobre; yo te pregunto si eres fiel.

SI AMAS TUS RIQUEZAS MÁS QUE AL POBRE,
ERES ESCLAVO DE TUS RIQUEZAS:
ERES IDÓLATRA, NO AMAS AL DIOS VERDADERO.


¡Oh infiel, que te fijas en las cosas presentes y sólo las presentes te aterrorizan!, piensa alguna vez en lo futuro. Tras un mañana y otro, llegará alguna vez el último mañana; un día empuja a otro día, pero no arrastra a quien hizo el día. En él, en efecto, se da el día sin ayer ni mañana; en él se da el día sin nacimiento ni ocaso; en él se halla la luz sempiterna, donde está la fuente de la vida y en cuya luz veremos la luz. Esté allí, al menos, el corazón mientras sea necesario que la carne esté aquí; hállese allí el corazón. Si el corazón está allí, allí estará todo. Al rico vestido de púrpura y lino finísimo se le terminaron sus placeres; al pobre lleno de llagas se le acabaron sus miserias. Aquél temía al último día, éste lo deseaba. Llegó para los dos, pero no los encontró a ambos igual; y, como no los encontró a ambos igual, no vino igual para los dos. El morir fue semejante en uno y otro; el acabar esta vida fue condición común para ambos. Escuchaste lo que les unió; pon atención ahora a lo que los separa: Aconteció, pues, que murió aquel pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico, y fue sepultado. Aquél, quizá, hasta ni fue sepultado. Ya conocéis lo restante. El rico era atormentado en los infiernos, el pobre descansaba en el seno de Abrahán. Pasaron los placeres y las miserias. Todo se acabó y se transformó. Uno pasó de los placeres a los tormentos; el otro, de las miserias a los placeres. Efectivamente, tanto los placeres como las miserias habían sido pasajeros; los tormentos y los placeres que les sucedieron no tienen fin.
Ni se condena a las riquezas en la persona del rico ni se alaba la pobreza en la persona del pobre; pero en el primero se condenó la impiedad y en el segundo se alabó la piedad. Sucede a veces que los hombres escuchan estas cosas en el evangelio, y quienes nada tienen se llenan de gozo y hasta el mendigo exulta ante esas palabras. «En el seno de Abrahán, dice, estaré yo, no aquel rico.» Respondamos al pobre: «Te faltan las llagas; aplícate a conseguir méritos; desea hasta las lenguas de los perros. Tú te jactas de ser pobre; yo te pregunto si eres fiel; en efecto, la pobreza en un infiel significa tormento aquí y condenación allí.» Dirijámonos al rico: «Cuando escuchaste lo que se dice en el evangelio de aquel que se vestía de púrpura y lino purísimo y que banqueteaba a diario espléndidamente, te llenaste de temor; no desapruebo ese temor; pero teme más lo que allí se desaprueba. Aquél despreciaba al pobre que yacía a la puerta de su casa esperando las migas que caían de su mesa; no se le otorgaba ni abrigo, ni techo, ni misericordia alguna. Esto es lo que se castigó en la persona del rico: la crueldad, la impiedad, la soberbia, el orgullo, la infidelidad; éstas son las cosas castigadas en la persona del rico.» Me dirá alguien: «¿Cómo pruebas eso? Se ha condenado precisamente a las riquezas.» Si no soy capaz de probarlo sirviéndome del mismo capítulo del evangelio, que nadie me haga caso. Cuando aquel rico se hallaba en medio de los tormentos del infierno, deseó que una gota de agua cayese a su lengua del dedo de quien había deseado las migas de su mesa.

Más fácilmente, quizá, hubiese llegado éste a las migas que aquél a la gota de agua. En efecto, se le negó esa gota. Le respondió Abrahán, en cuyo seno se hallaba el pobre: Recuerda, hijo, que recibiste tus bienes en tu vida. Lo que me he propuesto mostrar es que en él se condenó la impiedad y la infidelidad y no las riquezas ni la abundancia de bienes temporales. Recibiste, dijo, tus bienes en tu vida. ¿Qué significa tus bienes? Los otros no los consideraste como bienes. ¿Qué significa en tu vida? No creíste que hubiera otra. Tus bienes, pues, no los de Dios; en tu vida, no en la de Cristo. Recibiste tus bienes en tu vida. Se acabó aquello en que creíste, y, en consecuencia, no recibiste los bienes mejores, puesto que, cuando te hallabas en los inferiores, no quisiste creer en ellos.
San Agustín, Sermón 299 E, 3

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