domingo, 4 de septiembre de 2016

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VIRGEN MADRE de la CONSOLACIÓN

Un domingo, éste, con un sabor distinto; encierra dentro del misterio de la Virgen María una referencia un tanto desconocida y, no por ello, carente de identidad y destello luminoso: el marco de una entrañable fiesta de toda la familia agustiniana, la fiesta de la Madre de la Consolación. 
Fiesta de la Madre que nos enseña de entrada cómo se realiza el encuentro del Señor con María de Nazaret: Ella es la primera elegida, la primera llamada a una misión singular. Desde toda la eternidad es la predestinada para ser la Madre de Dios.

    María de Nazaret es la única persona que ha dado la respuesta cabal y perfecta a la llamada de Dios. También Ella es la elección en pura gracia, fue escogida, sin méritos propios, por un amoroso designio de Dios y bendecida más que todas las mujeres de la tierra. La gracia, la santidad y los méritos son consecuencia de la elección divina. Ella supo y quiso responder al plan divino y es, con su acción maternal y su influjo santificador, la que expresa, con su vocación maternal, cómo crear en el corazón y en la vida de toda la humanidad la disposición de perfecta imitación de Cristo y cómo disponerse a una actitud de perfecta imitación de Cristo y a un estímulo constante para consagrarse totalmente a Jesucristo.

    Para la familia agustino recoleta es la Reina y Madre querida de la Consolación. «El origen de esta devoción se halla íntimamente ligado a la vida de san Agustín, sintetizada en una piadosa tradición. Santa Mónica se hallaba sumida en el dolor por los extravíos de su hijo Agustín. A esta preocupación se sumó la muerte de su esposo Patricio y meditó en la desolación de María después de la muerte de Jesús. María se aparece a Mónica vestida de negro y con una correa del mismo color, diciéndole: “Mónica, hija mía, éste es el traje que vestí cuando estaba entre los hombres después de la muerte de mi hijo”. La alegría de Mónica fue grande al escuchar aquellas palabras. Alegría que llegaría a su culmen con la conversión de su hijo Agustín». El nombre de Consuelo o Consolación tiene una base sencilla y, a la vez, misteriosa. La sencillez se encuentra, sin perder de vista el fondo del misterio, en la acción amorosa de Dios que hace realidad el misterio de la Encarnación. La acción de Dios en María de Nazaret es el gran misterio de la Misericordia de Dios hacia la humanidad estableciendo una presencia divina que no va a tener fin y en la expresión entrañable de Dios en su misericordia infinita. Solo desde el acto de fe somos capaces de descubrir el misterio que se inicia en el tiempo aunque todo proviene desde la eternidad. Es la misericordia eterna de Dios hacia el hombre.

    A primera vista parece muy fácil unir a la Virgen una referencia que la lleve a un conocimiento mayor de Ella y también a una devoción. Cuando veneramos a la Virgen con el título de la Consolación hacemos realidad un ejemplo de María de Nazaret desde la llamada de Dios y orientándola en algo real. Basta recordar el camino de María en su historia  pero sabiendo que su presencia, no es sin más un recuerdo devocional, sino más bien un misterio de Dios que se manifiesta en Ella y desde Ella.

    La Virgen de la Consolación es un misterio inseparable de Cristo. El hecho mismo de decir sí a la llamada de Dios: “hágase en mí según su palabra”, une su persona al misterio del Redentor que es El quien viene a salvar y redimir a la humanidad. Esta consolación por parte de Dios tiene delante a todas las personas que existan en la historia de la humanidad y su finalidad es proporcionar la certeza de un Amor infinito que “no quiere que nadie se pierda”. La Consolación parte siempre de Dios y lo será siempre en virtud del amor de Dios. Lo hermoso de este misterio es que Dios manifiesta que en la Redención jamás puede dejar de lado a santa María Virgen. Según se lee y se medita todo el evangelio y, sin que aparezca formalmente el nombre de la Madre, jamás puede quedarse María como espectadora sino más bien como la presencia inseparable de su Hijo. Belén, que es el primer “consuelo” de la historia humana, abre su mirada en el milagro total del Hijo y de la Madre, y que sucederá luego en el Calvario. Desde ahí se orienta, por así decirlo, un camino-presencia de consolación que se implica en un querer acercar a los hombres hacia el misterio del Salvador que se introduce en la vida diaria del hombre y que permanecerá así por los siglos de los siglos.

    En un sentido temporal desaparece de vista el misterio consolador aunque, de hecho, desde ahí donde se va configurando y esperándose que el Salvador comience y desarrolle el misterio de la liberación del hombre. A veces, y lo digo con todo respeto, se aleja mucho a la Virgen del misterio de la liberación que el Hijo de Dios realiza con hechos concretos que así nos manifiestan los evangelistas. La Madre jamás se puede separar del Hijo y es, en el misterio aparente de ambos, en el silencio donde se vive, se desarrolla y se va realizando el misterio. Todo llega en el Calvario y es ahí donde la Madre pone en cercanía del Hijo a los afligidos para quienes pide fortaleza, amor y esperanza. De ahí llegará toda la consolación necesaria para toda la humanidad. Si Dios quiso que María de Nazaret fuera la expresión maternal de la misericordia divina es motivo para nosotros de agradecimiento, de confianza y de cariño.
P. Imanol Larrínaga

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