domingo, 18 de septiembre de 2016

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XXV Domingo del Tiempo Ordinario (C) Reflexión

Amós era un personaje del siglo octavo antes de Cristo. Ejercía la profesión de tratante de ganado y conocía muy bien las injusticias que en el tráfico y el mundo de los negocios se cometían para conseguir dinero fácil con engaños y trampas que hacían más pobres a los ya necesitados de ayuda.

Un día, movido por el Espíritu de Dios, se sintió llamado al profetismo y a la denuncia. No fue bien comprendido por los encargados del templo, pero tomó partido declarado por la solidaridad y la justicia entre los hombres; condenó la corrupción de los dirigentes político-religiosos y las diferencias sociales, descubrió los abusos de los comerciantes y las injusticias de los poderosos.

Amós es llamado el profeta de la solidaridad y la justicia. El texto de la primera lectura  habla por sí solo.

Continuando con el mensaje y denuncia profética de Amós, san Pablo nos encarece a los cristianos la necesaria colaboración con las autoridades y el pueblo para que imperen y triunfen en este mundo la justicia y la paz, armonía, solidaridad, fraternidad...

Primero: Orando por todos, especialmente por las autoridades
Segundo: Siendo ejemplo de convivencia, servicio y preocupación por todos, especialmente por los más necesitados
Tercero: Convencidos de que estamos llamados a vivir como hijos de Dios, con Cristo su Hijo y nuestro hermano mayor.

El evangelio de hoy viene a ser una llamada a administrar responsablemente los dones que hemos recibido de Dios. La parábola del administrador infiel, a quien su amo despide por malversación de fondos, tiene una conclusión desconcertante a primera vista: “El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido”. Pero el Señor no alaba la gestión del administrador infiel, totalmente corrupta, sino la habilidad con que había procedido. Por eso añade: “Ciertamente los hijos de este mundo -los hijos de las tinieblas- son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.
Es decir, los seguidores de Jesús deben imitar en su vida cristiana la habilidad y la previsión que en sus negocios ponen los hijos de este mundo. No es la corrupción y la falta de honradez lo que se pone de modelo, sino la habilidad. Esta es la lección de fondo.

En el empeño por ser fieles a nuestra fe o ser fieles seguidores de Jesús, el creyente debe imitar el esfuerzo y dedicación de tantos otros por alcanzar objetivos terrenos y meramente materiales: adquirir dinero, ganarse influencias y poder, culminar una carrera, conseguir un puesto de renombre, asegurar el éxito político o deportivo.

¡Cuántos desvelos, cuánto trabajo y esfuerzo, cuánto tiempo y energías se gastan o se emplean para alcanzar unos objetivos, que pueden ser buenos, pero que no son los definitivos! Esos mismos desvelos y aun mayores, ese mismo trabajo y esfuerzo pero más intenso, esas mismas energías es lo que tiene que imitar el buen seguidor de Jesús. Somos administradores, no dueños.

A pesar de su sagacidad, el administrador infiel sólo supo solucionar su futuro inmediato y asegurarse un porvenir caduco. El cristiano debe ser igualmente sagaz y hábil para prever y asegurarse un porvenir definitivo en Dios.

Hoy Jesús nos enseña otro camino: Utilizar lo que tenemos para una vida más digna, personal y familiar, y compartir el dinero y los bienes que tengamos, pocos o muchos, con los hermanos, especialmente con los más pobres, dejando de lado el egoísmo, la avaricia y la ambición, y dando lugar a la generosidad, el servicio, la solidaridad y la justicia.

Y advierte: “No podéis servir a dos señores..., no podéis servir a Dios y al dinero”. Así de claro. Jesús nos emplaza a situarnos de un lado o de otro. A decidirnos a no andar a medias tintas, a optar por Dios, la solidaridad y la justicia, a rechazar el afán desmedido por el dinero y la corrupción, a no ser egoístas sino solidarios. 

Ojalá nuestro corazón sepa mandar sobre el bolsillo. 

Ojalá no desaprovechemos los avisos que Dios nos da. Que como buenos administradores de lo que hemos recibido, podamos presentarnos ante él con las manos llenas de misericordia y generosidad. 
Tenemos que optar por lo mejor, aunque cueste, por lo permanente y definitivo, por lo que no perece, por Cristo y el evangelio, por el hermano, por todos.
P. Teodoro Baztán Basterra

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