sábado, 8 de octubre de 2016

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De la mano de San Agustín (2): La oración de petición

Un hombre a cuya casa había llegado un huésped, fue —dice— a la de un amigo, y comenzó a llamar y a decir: «Me ha llegado un huésped, préstame tres panes». Él le respondió: «Estoy ya descansando y mis siervos conmigo» (Cf Lc 11, 5-7). El hombre no cesa, sigue allí en pie, insiste, llama; como amigo mendiga de un amigo. ¿Y qué dice Jesús? En verdad os digo que se levanta y le da cuantos panes quiera, pero no por la amistad, sino por su importunidad (Lc 11, 8). No por la amistad, aunque sea su amigo, sino por su importunidad. ¿Qué significa por su importunidad? Porque no dejó de llamar; porque, aun habiéndoselo negado, no se aleja. Quien no quería dar los panes, hizo lo que se le pedía porque el otro no se cansó de pedir. ¿Con cuánta mayor razón nos dará el que, siendo bueno, nos exhorta a pedir y a quien desagrada que no le pidamos? Si a veces tarda en dar, encarece sus dones, no los niega. La consecución de algo largamente esperado es más dulce; lo que se nos da de inmediato pierde valor. Pide, busca, insiste. Pidiendo y buscando obtienes el crecimiento necesario para recibir el don. Dios te reserva lo que no te quiere dar de inmediato para que también tú aprendas a desear vivamente las cosas grandes. Por tanto, conviene orar siempre y no desfallecer (Lc 18,1).

Si, pues, hermanos míos, Dios nos hizo mendigos suyos al aconsejarnos, exhortarnos y ordenarnos que pidamos, busquemos y llamemos, consideremos también quiénes nos piden a nosotros. Nosotros pedimos. ¿A quién pedimos? ¿Quiénes pedimos? ¿Qué pedimos? ¿A quién, quiénes o qué pedimos? Pedimos al Dios bueno; pedimos nosotros, hombres malos; pedimos la justicia que nos hace buenos. Pedimos, pues, algo que poseer eternamente, algo de que no volveremos a sentir necesidad, una vez que hayamos sido saciados. Mas, para llegar a esta saciedad, sintamos hambre y sed; sintiendo hambre y sed, pidamos, busquemos, llamemos. Pues dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia (Mt 5,6). ¿Por qué dichosos? Tienen hambre y sed, y ¿son dichosos? ¿Es alguna vez la penuria fuente de dicha? No son dichosos porque sienten hambre y sed, sino porque serán saciados (Mt 5,6) Entonces la dicha se hallará en la saciedad, no en el hambre. Mas preceda el hambre a la saciedad, no sea que el hastío impida llegar a los panes.

He indicado a quién hemos de pedir, quiénes hemos de pedir y qué hemos de pedir. Pero también a nosotros nos piden. Somos, en efecto, mendigos de Dios; para que él nos reconozca como mendigos suyos, reconozcamos nosotros también a los nuestros. También entonces, cuando nos piden a nosotros, consideremos quiénes piden, a quiénes piden, qué piden. ¿Quiénes piden? Hombres. ¿A quiénes piden? A hombres. ¿Quié­nes piden? Hombres mortales. ¿A quiénes piden? A hom­bres mortales. ¿Quiénes piden? Hombres frágiles. ¿A quiénes piden? A hombres frágiles. ¿Quiénes piden? Hombres miserables. ¿A quiénes piden? A hombres miserables. Dejando de lado sus riquezas, quienes piden son tales cuales aquellos a quienes piden. ¿Qué cara tienes para pedir a tu Señor, tú que no reconoces a quien es igual que tú? «No soy —dices— como él. Lejos de mí el ser así». Esto dice el inflado y enteramente vestido de seda del andrajoso. Pero mi pregunta se dirige a los hombres desnudos. No pregunto cómo sois cuando estáis vestidos, sino cómo erais cuando nacisteis. Ambos desnudos, ambos débiles, ambos iniciando una vida mísera y, por ello, ambos llorando.

Ahora bien, ¡oh rico!, recuerda el comienzo de tus días. Mira si trajiste algo a este mundo. Pero ya has venido, y has encontrado tantas cosas. Dime —te ruego—, ¿qué trajiste tú? Di qué trajiste. O, si te avergüenzas de decirlo, escucha al Apóstol: Nada trajimos a este mundo. Nada —dice— trajimos a este mundo. ¿Acaso porque aquí has encontrado abundancia de cosas, aunque tú nada trajiste, vas a llevar contigo algo de este mundo? Quizá también tiembles al confesar esto, llevado por el amor a las riquezas. Escucha también esto. Dígalo igualmente el Apóstol, quien no te adula: Nada trajimos a este mundo, obviamente cuando nacimos, pero tampoco podemos sacar nada (1Tm 6,7), obviamente cuando salgamos de él. Nada trajiste, nada te llevarás de él. ¿Por qué te inflas frente al pobre? Retírense los padres, los esclavos, los protegidos al momento de nacer un niño; quítense de en medio las muchedumbres complacientes y reconózcanse a los niños ricos llorando. Den a luz al mismo tiempo una rica y una pobre, den a luz contemporáneamente una mujer rica y otra pobre. No miren a la criatura que han dado a luz, retírense un momento, den la vuelta y reconozcan la suya. He aquí, rico, que nada trajiste a este mundo, pero tampoco puedes llevarte nada de él. Lo que he dicho de los que nacen, esto mismo digo de los que mueren. Cuando por alguna circunstancia se abren sepulcros antiguos, inténtese reconocer los huesos del rico. Por tanto, tú, rico, escucha al Apóstol: Nada trajimos a este mundo. Reconócelo, es verdad. Pero tampoco podemos llevarnos nada de él. Reconócelo, también esto es verdad.
Sermón 61, 6-9

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