lunes, 17 de octubre de 2016

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ORAR SIN DESANIMARSE Reflexión

ORACION DE ACCION DE GRACIAS
Seguro que sabes, Señor Jesús, que no conseguirás que deje de rezar por la salud y el bienestar de las personas que quiero, y por tantas otras cosas que pienso que serían muy convenientes para que el mundo fuese mejor.

    Si no están a mi alcance te las encomiendo a ti y me quedo tranquilo. Tú me dices que siga rezando con perseverancia y paciencia.

 No es que te guste hacerte de rogar y ponerme a prueba.

Es que tu misericordia ya ha hecho y sigue haciendo lo que hace falta de verdad, tanto si rezo como si no. Pero mi oración no es inútil. A ti no te hace falta, pero a mí sí.

La oración me abre a ti y activa en mí la confianza, la fe, el compromiso y todas las energías espirituales que tú siempre derramas sobre mí y que yo a menudo dejo pasar de largo.

 

ORAR SIN DESANIMARSE

Son bastantes los hombres y mujeres que se inician hoy de nuevo en el arte de la meditación y se esfuerzan por recuperar el silencio interior.

Numerosos los estudios que nos invitan a descubrir caminos nuevos de contemplación y métodos de concentración y purificación interior.

Es gozoso ver todo este esfuerzo y hay que alentarlo decididamente en nuestras comunidades creyentes. Pero, la inmensa mayoría de los cristianos sencillos no podrán nunca saborear esta oración cuidada, profunda y purificada.

Por eso, es bueno ver que Jesús, para invitarnos a «orar siempre sin desanimarse», pone el ejemplo de una mujer sencilla y en apuros que insiste en su petición hasta lograr con su terquedad lo que desea.

Esta es la enseñanza de Jesús: si permanecéis estrechamente unidos a Dios en la oración, no debéis desesperar en ninguna dificultad, pues no seréis abandonados por vuestro Padre.

Hay una oración vulgar, la única que sabe hacer la gente sencilla en momentos de apuro, y que hemos despreciado demasiado estos últimos años.

Es esa oración, acaso demasiado «interesada» y hasta contaminada de actitudes mágicas. Una oración hecha de fórmulas repetidas con sencillez. Oración llena de distracciones, sin gran hondura ni pretensiones de contemplación.

Esa oración de los momentos de angustia, cuando uno está desbordado por el miedo, la depresión, la soledad o el desengaño. La oración en el fracaso matrimonial o el conflicto doloroso con los hijos. La oración ante la sala de operaciones o junto al moribundo.

¿No deberíamos mirar con más simpatía esta oración modesta, deslucida, poco sublime, que es la oración de los pobres, los angustiados, los ignorantes?

Esa oración que nace desde la conciencia de la propia indignidad. La oración de los que no saben analizarse a sí mismos ni pueden ahondar en nada. La oración de los que no saben hablar ni consigo mismos ni con los demás si no es torpemente y con trabajo.

Lo ha dicho J.M. Zunzunegui, en un bello libro: «Es ésta, sin duda, la oración de la mayoría en todas las religiones del mundo, la oración que desata la ternura de Dios y que es, en definitiva, suficiente para la inmensa mayoría de la humanidad».

Esta oración, a veces tan poco valorada, no encuentra problemas para ese Dios que entiende a los pobres y les hará justicia como nadie.
P. Julián Montenegro Sáenz

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