domingo, 9 de octubre de 2016

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XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (C) Reflexión

Desde que éramos niños nuestros padres nos enseñaban a decir gracias siempre que alguien nos regalaba algo. No nos costaba nada pedir cosas, a veces caprichos nada más, pero nos costaba agradecer, decir gracias.

Hoy es el mismo Señor quien nos enseña a agradecer lo que de él recibimos. Diez fueron los leprosos a quienes había curado el Señor y sólo uno se volvió para darle gracias. Y él, el Señor, se queja. ¿Dónde están los otros nueve? ¿Sólo éste, y además extranjero, ha venido a agradecer el don de su curación? Eso sí: a esta queja sigue el reconocimiento de uno de ellos, que sí había vuelto para agradecérselo. 

Suele ser más frecuente en nosotros la oración de petición que la de agradecimiento o la acción de gracias. Pedimos mucho y muchas veces. Y eso está bien. El mismo Señor nos invita a ello en repetidas ocasiones. Pedid y recibiréis, porque quien pide recibe. La oración de petición, si no es egoísta (que lo podría ser) parte del reconocimiento de la propia debilidad y de una necesidad real. (Se pide por una situación familiar difícil, una enfermedad, la falta de trabajo, y mil más). Y eso es humildad.

Pero ¿qué lugar ocupa en nuestra vida cristiana la oración de la acción de gracias, de reconocer agradecidos el don o favor recibido de Dios? ¿Cuándo decimos: Gracias, Señor? Y ¿qué habría que agradecer al Señor? Cada cual verá. Entre otras cosas, la salud y la vida, el amor y la familia, el trabajo y los amigos, los hijos que van llegando o los nietos, el pan de cada día, tus talentos y capacidades... También por la enfermedad. No porque la enfermedad sea algo bueno, sino porque puede ser (y para muchos lo ha sido) un momento privilegiado de acercamiento a Dios.

Y más todavía: ¿cómo valoramos y agradecemos el don de la fe y la salvación prometida, el regalo de su Hijo, el don del Espíritu, María madre, y nuestra condición de hijos de Dios? Todo esto, y mucho más, lo hemos recibido de Dios. Todo es don gratuito de un Padre que te ama. 

¡Qué bueno sería que nos tomáramos el trabajo de elaborar una lista, en doble columna, con todas las cosas buenas o malas que tenemos o que nos ocurren. Quedaríamos quizás sorprendidos al ver que lo bueno supera con creces a lo malo. Sería hasta una muy buena terapia porque nos ayudaría a mirar la vida con optimismo y nos evitaría caer muchas veces, en situaciones de depresión o desaliento permanente.

Todos conocemos ese dicho: De bien nacidos es ser agradecidos. Y nosotros somos bien nacidos por un doble motivo: por nuestro nacimiento a la vida humana y por el nuevo nacimiento a la vida cristiana, por el bautismo. ¡Qué bueno sería también que cada noche, antes de acostarnos, le dijéramos al Señor gracias! Que le dijéramos: Gracias, Señor, por el día que ahora termina, por el amor de mi familia, por el trabajo, por tu presencia en mi vida y en la de la familia, porque sé que has estado junto a mí a lo largo de la jornada, por... Cada cual verá.

Solamente uno volvió para agradecerle. Y éste fue doblemente curado: en el cuerpo y en espíritu. Tu fe te ha salvado. Los otros nueve, limpios ya de la lepra, seguían enfermos en el espíritu porque no habían reconocido el don de Dios.

(Los emigrantes) Tanto Naamán, de la primera lectura, como el leproso curado por Jesús eran extranjeros. Y ambos fueron curados por el Dios de Israel: Naamán, el sirio, y el leproso del evangelio. Dios nos habla también, no sólo con su palabra, sino también con lo que hace. ¿Y qué nos dice en este caso? Que también nosotros debemos tratar con amor, respeto y delicadeza a todo aquel que viene de fuera, no importa que sea de otra cultura, religión o color de la piel. Dios no tiene acepción de personas, pero sí preferencia con los más débiles y necesitados. Y muchos de ellos podrían quedar “curados”, no tanto de una enfermedad corporal, sino de una situación de precariedad, pobreza y marginación si los acogiéramos y tratáramos con justicia y caridad cristianas. Y al verse así acogidos y valorados, también darían gloria a Dios, con nosotros, como el que fue curado por Jesús.

La Eucaristía es el acto supremo de acción de gracias a Dios. Eso mismo significa la misma palabra Eucaristía.
P. Teodoro Baztán Basterra

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