sábado, 26 de noviembre de 2016

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De la mano de San Agustín (10): La negación de toda creencia implica la negación de la religión misma.

 ¿Qué razones -dime- podrá aducir ese hereje? Nos referimos a los que quieren que se les llame cristianos. ¿Qué cosa es lo que les disuade de creer, como si se tratara de un acto temerario? Si me mandas que no crea en nada, tampoco creeré que entre los hombres haya religión alguna, y así tampoco el busco. Pero él deberá mostrármela, puesto que está escrito: Quien busca, halla (Mt 7,8). Luego si no creyera cosa ninguna, no acudiría a aquel que me prohíbe creer. ¿Puede darse demencia mayor que desagradarle sólo con la fe, que no está apoyada en ciencia ninguna, cuando sola la fe me ha llevado hasta él?

¿Por qué todos los herejes nos fuerzan a creer en Cristo? ¿Podría ser mayor la contradicción entre ellos? Por dos flancos se les puede atacar: en primer lugar habrán de decirnos dónde están las razones que nos brindaban, en qué se apoya el reproche de temerarios y en qué se funda su presunta ciencia. Porque si es deshonroso creer a nadie sin una justificación racional, ¿por qué deseas, por qué pones tanto empeño en que crea sin razón, para así lograr más fácilmente ganarme con tus razones? ¿Será tu razón capaz de construir algo sólido sobre el fundamento de la temeridad? Hablo como lo harían aquellos a quienes desagrada nuestra fe. Porque creer sin razones cuando aun no estamos en condición de aprehenderlas, y preparar el espíritu por medio de la fe misma para recibir la semilla de la verdad, lo tengo no sólo por saludable, sino por necesario para que las almas enfermas puedan recobrar la salud. Es una gran impudencia por parte de los herejes, el hecho de que, estimando que esto es ridículo y temerario, pretenden que nosotros creamos en Cristo. Además, confieso que creo ya en Cristo y me he propuesto aceptar como verdadero todo lo que Cristo ha dicho, aunque no haya razón que lo apoye. ¿Con estos supuestos, hereje, me vas a adoctrinar? Permíteme que reflexione -yo no he visto a Cristo en la figura con que quiso aparecer a los hombres, del que se dice haber sido visto por los ojos humanos- quiénes son aquellos cuyo testimonio sobre Cristo deba creer, para que, dispuesto con esa fe, pueda ayudarte a ti. No encuentro haber creído otro testimonio humano que no sea la opinión robusta y la voz solemne de los pueblos y de las naciones que por todas partes han abrazado los misterios de la Iglesia católica. ¿Por qué no he de dirigirme preferentemente a éstos paral saber lo que Cristo ha preceptuado, si ha sido la fuerza de su autoridad la que me ha llevado a creer que El ha preceptuado cosas buenas? ¿Habrías de ser tú el que me aclarara mejor lo que dijo El, en cuya existencia pasada o presente no llegaría yo a creer, si la sumisión a la fe me hubiera de venir de ti? He creído -lo digo de nuevo- en la tradición que se funda y vigoriza en la difusión, en el consentimiento y en la antigüedad. Vosotros, por el contrario, sois tan escasos, tan sediciosos y tan sin tradición, que nadie duda de vuestra falta de autoridad. ¿Por qué, pues, tanta demencia? Cree a los pueblos que dicen que debes creer en Cristo -me dirás- y aprende de nosotros su doctrina. ¿Por qué razón? Si aquellos llegaran a faltar y no pudieran adoctrinarme, encuentro más fácil convencerme de que no debo creer en Cristo que pensar en aprender alguna cosa referente a Cristo por otro magisterio que el de aquellos por los que llegué a creer en Él. ¡Oh colmo de la confianza, o mejor, de la necedad! Yo te voy a enseñar la doctrina de Cristo, en quien crees. Y si no creyera en El, ¿podrías enseñarme nada de El? Pero es necesario -dices- que crea. ¿En virtud de vuestras razones? No, me dices; nosotros llevamos por la vía racional a. los que creen en Él ¿Por qué he de creer en El? Porque la fama está bien justificada. Y esta justificación, ¿a quién se debe? ¿A vosotros o a otros? A otros. ¿Luego tengo que creerlos a ellos para que puedas tú ser mi maestro? Acaso debería hacerlo, si no me previnieran precisamente ellos que no me acercara a ti: dicen que vuestras doctrinas son dañosas. Mienten, respondes tú. Pero ¿cómo les he de creer lo que me dicen de Cristo, a quien no llegaron a ver, y no les he de creer lo que me dicen de ti, a quien no quieren ver? Presta asentimiento a sus escritos, dice. Mas si los escritos que se me presentan son nuevos y desconocidos, o si son escasos los que los recomiendan, sin razón ninguna demostrativa, no son los escritos a los que se cree, sino a quienes los aducen; por lo tanto, si esos escritos me los aducís vosotros, escasos en número y poco conocidos, no debo prestarles fe. Además, con ello procedéis en contra de lo que habéis prometido, porque exigís la fe en lugar de aducir razones. De nuevo querrás que vuelva a la tradición y al número crecido de los que creen: Modera, por fin, la obstinación y ese tu capricho desenfrenado de propagar vuestro nombre. Mejor será que me aconsejes que busque entre esa multitud sus corifeos y que ponga sumo cuidado y diligencia en recibir de ellos información sobre la Escritura, porque, si llegaran a faltar ellos, no sabría ni que había cosas que aprender. Vuélvete, pues, a tus soledades y no sigas tendiendo asechanzas so pretexto de la verdad, la misma que pretendes arrebatar a quienes concedes tener autoridad.

Si negaran hasta el deber de creer en Cristo sin apoyo de razones de esta fe, no serían cristianos. Porque este reproche de irracionalidad también nos lo hacen los paganos, infundadamente, pero sin contradecirse ni entrar en oposición consigo mismos. ¿Quién toleraría que éstos se consideraran miembros de Cristo, defendiendo ellos que no deben los ignorantes creer nada de Dios si no se les exponen antes las razones claras para creer en El? Sin embargo, vemos que la historia, admitida por los mismos herejes, ofrece copiosos testimonios de que Cristo antes que nada y sobre todo deseó la fe en El, aun en los tiempos en que los hombres con quienes trataba no estaban en disposición de comprender los divinos misterios. ¿Qué significan tantos y tan grandes milagros, sino que según el testimonio del mismo Cristo-se hicieron para que creyeran en El? Por la fe arrastraba a los ignorantes; vosotros los lleváis con la razón. El clamaba que se creyera; vosotros gritáis. A los que creían El los colmaba de elogios; vosotros los censuráis. Si los hombres hubieran de seguirle sólo cuando convertía el agua en vino o -para no citar otros- cuando realizaba algún prodigio semejante, y no cuando enseñaba, en ese caso, o no se deben desestimar aquellas palabras: Creed en Dios y creed en mí (Jn 14,1), o hemos de tener por temerario al centurión, que se opuso a que viniera Cristo a su casa, creyendo que la enfermedad remitiría al solo mandato de EL. Luego, al traernos la medicina que sanara la corrupción de nuestras costumbres, con milagros se ganó la autoridad, con la autoridad mereció la fe, con la fe congregó las muchedumbres, con las muchedumbres ganó la antigüedad, con la antigüedad robusteció la religión, que no han logrado destruir, ni siquiera parcialmente, las novedades, tan ineficaces como maliciosas, de los herejes ni los ataques violentos de los errores que de antiguo padecen los pueblos.
UT. CR. XIV, 30-32

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