viernes, 9 de diciembre de 2016

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EL "SÍ" DE MARÍA

          Entre los sinsabores y pruebas a que habría de someterse, podemos contabilizar la "trastada" del Niño, a sus doce años, cuando lo llevaron a Jerusalén; la ausencia de la Dolorosa cuando inició, a los treinta años, su vida pública; el "desplante" cuando, en una de sus predicaciones, la madre sentía curiosidad por escuchar a su hijo y le dijeron los apóstoles: "Tu madre y tus hermanos...", "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica"; y el drama cruel de Jesús, su hijo (acusaciones falseadas, juicios amañados, condena, llevando la cruz de ajusticiado, latigazos, corona de espinas, salivazos e insultos, agonía y muerte espantosas), sería el imponente precio del "Sí".

        El "Si" de María no fue un simple monosílabo de cortesía, de compromiso, de aceptación educada, sino que representaba un contenido repleto de enjundia, de plenitud.

       Digamos, en primer lugar, que constituyó toda una lección de fidelidad. Como servidora del Señor aceptó, a corazón abierto, los designios del Padre; un cheque en blanco para que Él hiciera lo que le viniera en gana...

       El "Sí" de María fue un compromiso de disponibilidad: respondió, con total generosidad a la voluntad de Dios, sin ponerle condiciones ni cortapisas; sólo preguntó cómo habría de suceder aquello... También fue un ejemplo envidiable de paciencia: a lo largo de toda la vida de su hijo, que a la vez era Dios, en más de una ocasión no entendería sus expresiones, sus proyectos, sus planes, limitándose a guardar todo aquello y meditarlo en su corazón.

        El "Sí" de María le comprometió también a pertrecharse de una buena dosis de fortaleza ante la adversidad, el dolor y el sufrimiento. En definitiva, que el ofrecimiento de María la convirtió en corredentora, juntamente con su hijo, fue más que evidente...

       El "Sí" de María fue, por fin, la manera más honrosa y elegante de encarnar en su vida las tres virtudes teologales: la fe, sabiendo muy bien de quién se fiaba; la esperanza en que todo llegaría felizmente a su final; y el amor, motor imprescindible en la vida de un cristiano.

        María, modelo de todo aquel que se empeña en seguir a Jesús... Ojalá digamos "Sí" a los designios de Dios. Sin condiciones... Como María.

        Lo cierto es que no fue aquello una temeridad, un salto en el vacío, un acto de obediencia ciega, sino una decisión sopesada, razonada, no sin antes consultar algo que no acababa de comprender. Pero también hemos de admitir que aquel "Sí" generoso y valiente habría de reportarle, además de infinitas alegrías, un sin número de problemas, penalidades, sufrimientos, dolor: Se estrenó con el anciano Simeón cuando, a los pocos días de nacer el Niño, lo llevaron al templo para presentarlo al Señor; el anciano se dirigió a María y le anunció: "Una espada te atravesará el corazón"... Comenzaba ya el "Vía Crucis" de María.

     Aquel día en Nazaret tuvo lugar el acontecimiento más glorioso de la historia. Una joven sencilla, bondadosa y recatada, escucha a través de un ángel el mensaje que Dios le envía: que ha sido elegida por el Altísimo para ser la madre del Mesías... Sobrecogimiento, extrañeza, perplejidad... "Yo no tengo relaciones conyugales con nadie; ¿cómo, pues, podrá sucederme esto?". El ángel la tranquiliza diciéndole que el Espíritu Santo lo arreglará todo. A lo que responde la joven: "Yo soy la esclava del Señor. Que él haga conmigo como dices"... Se trata del "Sí" más transcendente de la historia: el de María.

                       ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

        Aquí me tienes, Señor. Me pongo en tus manos, como María.
        En tu nombre, iré a donde quieras, porque Tú eres la esperanza que no defrauda.
        Hazme testigo de tu fe, para alumbrar a quienes andan en tinieblas, y animar a cuantos estén abatidos.
        Hazme testigo de tu amor, para extender tu fraternidad por todo el mundo.
       Aquí me tienes, Señor, envíame. Pon tu Palabra en mis labios, tu agilidad en mis pies y tu tarea en mis manos.
       Pon tu Espíritu en mi espíritu, tu amor en mi corazón, tu fuerza en mi debilidad y tu arrojo en mi duda.
      Aquí me tienes, Señor, envíame, para llevar en tu nombre el respeto a todos los seres, la justicia a todas las personas, la paz a todos los pueblos.
       Envíame, Señor, para llevar en tu nombre la alegría de vivir a los niños, la ilusión a cuantos anuncian tu nombre, la alegría y la esperanza a todos mis quehaceres. AMÉN.
 P. Julián Montenegro Sáenz



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