domingo, 4 de diciembre de 2016

// //

II Domingo de Adviento (A) Reflexión


Es muy hermoso el párrafo del profeta Isaías contenido en la primera lectura. Isaías utiliza una serie de comparaciones para referirse a los tiempos mesiánicos. Dice, por ejemplo, que del tronco viejo tronco – Israel o todo el A. T. – brotará un renuevo, una rama nueva, llena de vigor y lozanía. 

Esta profecía se vio cumplida con la llegada del Mesías. Lo viejo ya ha pasado, lo nuevo acaba de llegar. Esta es la gran noticia y la profecía más importante de todo el A. T. Estará lleno del espíritu de Dios, continúa diciendo el profeta, será defensor de los pobres, traerá la paz y la justicia entre todos. Y describe todo esto con la imagen del lobo y del cordero, que habitarán juntos, y... un niño pequeño los pastoreará.

Y más de uno se preguntará: “Si nos trae la paz, ¿por qué no hay paz en el mundo? Si nos trae la justicia, ¿por qué tanta injusticia todavía?” Y la respuesta es única: porque no acogemos a Cristo en nuestra vida. ¿De qué me sirve, por ejemplo, que con motivo de la Navidad me hagan un regalo muy valioso, si yo lo recibo, pero ni siquiera lo abro, y lo dejo en cualquier lugar de la casa? ¿De qué me sirve celebrar la Navidad, si no acojo a Cristo en mi vida o le cierro la puerta porque prefiero vivir en mi pecado, en mi mediocridad y una cierta indiferencia espiritual? 

Es necesario, por tanto, proponerse cambiar de actitud o reavivar nuestra fe. Dejar el pecado, si lo tenemos, purificar nuestro corazón. Es decir, convertirnos a Él. Antiguamente, la calefacción de la casa dependía del fuego de la cocina con leña. Cuando el tronco se iba consumiendo, había que arrimarle otro para reavivarlo. ¿Qué ocurre en la casa, cuando por el uso o el paso del tiempo se va deteriorando o falla quizás alguna viga? Se afianza o se pone otra nueva. Así también en nuestra vida cristiana. Si nos adentráramos, si nos interiorizáramos, veríamos que hay ciertas cosas que fallan y que habría que afianzar (fe débil, frialdad en trato con Dios y con los demás...); otras que habría que eliminar (egoísmo, soberbia, resentimientos...), y muchas que habría que renovar. Cada cual verá.

No otra cosa significa la palabra conversión. Si queremos recibir a Cristo en nuestra vida, si deseamos que vuelva a nacer en nuestro corazón, en nuestra familia, en nuestra parroquia, en nuestro pueblo, es necesario preparar debidamente nuestra casa interior. De ahí que venga Juan el Bautista, en el evangelio, y nos diga: Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios... Preparad el camino del Señor. 

El Señor viene, pero nosotros debemos salir a nuestro encuentro. Ese es el camino que hay que
emprender. ¿Cuál es el camino de Cristo hacia nosotros? Lo dice San Pablo en Fil.: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Él ya ha emprendido el camino, rebajándose, haciéndose uno de nosotros, para servir y no para ser servido..., y ha salido a nuestro encuentro. ¿Qué camino vas a emprender tú para ir a su encuentro? ¿De qué tendrías que despojarte? ¿Qué actitudes nuevas estás dispuesto a asumir para vivir al estilo de Jesús?

Por estos cauces podría transcurrir tu proceso de conversión a la que se refiere Juan el Bautista para encontrarte con Cristo y seguirle. 

Pero el mensaje de este domingo, como el de todo el adviento, es también, y sobre todo, un mensaje de esperanza. Recuerda lo que dice Isaías: Aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de tu su raíz. Es el Señor. Como dice San Pablo hoy: Las santas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra (...) de modo que (...) mantengamos la esperanza.

Porque Cristo viene a reconciliar consigo todo lo que está dividido, a salvar todo lo que está perdido, a ofrecer la paz donde hay guerra y resentimientos, a sembrar amor donde hay egoísmo, a dar sentido a nuestra vida cuando estamos desorientados, a aliviar nuestros sufrimientos. En una palabra, a hacernos felices si en verdad lo acogemos.
 P. Teodoro Baztán Basterra.

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario