viernes, 30 de diciembre de 2016

// //

SAGRADA FAMILIA.

 Se puede ser piadoso castigando y cruel perdonando ((Col 3,12-21)

Pues tú no dejas que tu hijo carezca de instrucción. Y lo primero que haces, si te es posible, es que sea instruido en el respeto y en la generosidad, que se avergüence de ofender al padre (Cf Pr 20,20; Si 3,16) y no le tema como a un juez severo. Te alegras con semejante hijo, pero si, tal vez, desprecia estas virtudes, recurres incluso a los azotes; le impones castigos, le causas dolor, pero buscas su salvación. Muchos se corrigieron por el amor; otros muchos, por el temor, pero por el pavor del temor llegaron al amor. Instruíos los que juzgáis la tierra (Sal 2,10). Amad y juzgad. No se busca una inocencia que lleve consigo la desaparición de la disciplina. Está escrito: El que rehúsa la disciplina es un desgraciado (Sab 3,11). Bien se puede añadir a esta afirmación: como es desgraciado el que rehúsa la disciplina, es cruel el que no hace uso de ella. Me he atrevido, hermanos míos, a deciros algo que, por la dificultad de la materia, me siento impulsado a exponéroslo con algo más de claridad. Repito lo dicho: el que rehúsa la disciplina es un desgraciado: esto es evidente; el que no recurre a ella es cruel. Lo mantengo absolutamente; mantengo y manifiesto que es compasivo quien castiga y cruel quien perdona. Os presento un ejemplo. ¿Dónde encuentro a un hombre que se manifiesta amoroso cuando castiga? No salgo de casa; voy al padre y al hijo. El padre ama aun cuando castiga; el niño no quiere que le pegue, pero el padre desprecia su voluntad, mirando por lo que le es útil. ¿Por qué? Porque es padre, porque le prepara la herencia, porque alimenta al sucesor. En este caso, el padre, al castigarlo, se muestra amoroso y misericordioso. Preséntame un hombre que, al perdonar, se muestre cruel. No me aparto de las mismas personas, las pongo ante los ojos. Supongamos que el niño vive en la impunidad e indisciplinado y que el padre hace la vista gorda; que el padre le perdona, que el padre teme molestar con la aspereza de la disciplina al hijo libertino; en este caso, ¿no es cruel al ahorrarle el castigo? Por tanto, Instruíos todos los que juzgáis la tierra (Sal 2,10); y juzgando rectamente no esperéis la recompensa de la tierra, sino de aquel que hizo el cielo y la tierra (Cf Gn 1,1; Sal 113,15).

Sermón 13,9


0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario