viernes, 13 de enero de 2017

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De la mano de San Agustín (8): Fe e inteligencia; el ver de la Palabra

Tal vez me diga, más aún, nos diga a todos nosotros: «¿Cómo entiendes mi ver al que aludo en las palabras: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre? (Jn 5,19) ¿En qué consiste ese ver mío?» Deja de lado por un poco la forma de siervo que asumió por ti. Efectivamente, en aquella forma de siervo nuestro Señor tenía ojos y oídos físicos; aquella su forma humana tenía la misma configuración corporal que nosotros e idéntica disposición de miembros. Aquella carne procedía de Adán, pero él no era Adán. Así, pues, el Señor, cuando caminaba en la tierra, o sobre el mar, como le plugo, como quiso, puesto que pudo todo lo que quiso, miró lo que quiso; dirigía sus ojos, veía; los apartaba, y no veía; el que le seguía iba detrás; veía al que estaba delante; con los ojos del cuerpo veía lo que tenía delante. A su divinidad, en cambio, nada se ocultaba. Deja de lado —repito—, deja de lado por un poco la forma de siervo; contempla la forma de Dios en la que existía antes de hacer el mundo, en la que era igual al Padre. Apréndelo por medio de él y entiende lo que te dice: El cual, existiendo en la forma de Dios, no consideró una presa arrebatada el ser igual a Dios (Ef 2,6). Mírale allí, si te es posible, para que puedas ver en qué consista su ver. En el principio existía la Palabra (Jn 1,1). ¿Cómo ve la Palabra? ¿Tiene la Palabra ojos, o se hallan en ella nuestros ojos, no los ojos de la carne, sino los de los corazones piadosos? Pues bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8).

 Pones tus ojos en Cristo, hombre y Dios: te muestra su ser hombre, te reserva su ser Dios. Y advierte que te reserva su ser Dios quien se te muestra como hombre: Quien me ama —dice— guarda mis mandamientos; a quien me ama le amará mi Padre, y yo le amaré (Jn 14,21). Y, como si le preguntase ¿Qué vas a dar al que te ama? Y me manifestaré a él (Jn 14,8) —dijo—. ¿Qué significa esto, hermanos? Él, al que ya estaban viendo, les prometía que se les iba a manifestar. ¿A quiénes? ¿A quiénes le estaban viendo o a quienes no le estaban viendo? Hablando a un apóstol que quería ver al Padre para darse por satisfecho y que le decía: Muéstranos al Padre y nos basta (Jn 14,21), le dice algo. Y él, manteniéndose de pie en su forma de siervo, ante los ojos del siervo, reservando la forma de Dios para los ojos del hombre deificado, le responde: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me habéis conocido. Quien me ve a mí, ve también al Padre (Jn 14,9). Quieres ver al Padre, mírame a mí; a mí me ves y no me ves. Ves lo que tomé por ti, no ves lo que reservé por ti. Escucha los mandatos, purifica tus ojos, porque quien me ama guarda mis preceptos, y yo le amaré a él. En cuanto persona que guarda mis mandatos y en cuanto enfermo sanado por mis mandatos. Me manifestaré a él. Como si dijera: «Es al guardador de mis mandamientos a quien yo me descubriré tal cual soy».
S 126, 10

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