viernes, 20 de enero de 2017

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De la mano de San Agutín (11): LA BONDAD DE LA VIUDEZ (2)

La bondad de la continencia viudal es mejor que la del matrimonio

 Si tienes fe, o, mejor, porque tienes fe, mira que esto es un bien para ti comparándolo con el bien que el Apóstol llama suyo. Breve es esta doctrina, y no hemos de desdeñarla por ser breve, sino que hemos de retenerla con mayor amor y facilidad, porque en su brevedad es preciosa. No recomendaría aquí un bien cualquiera, pues lo antepone sin vacilación a la fe de las casadas. Qué gran bien sea la fe de las casadas, esto es, de las cónyuges cristianas y religiosas, podemos colegirlo. Hablando el Apóstol de evitar el adulterio, al dirigirse a los casados, dice: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1Co 6,19) Luego es tan grande el bien del matrimonio fiel, que hace a los casados miembros de Cristo. El bien de la continencia viudal es mejor todavía, pero la profesión no puede hacer que la viuda católica sea algo más que miembro de Cristo, sino que tenga un lugar superior al de casada entre los miembros de Cristo. Porque dice el mismo Apóstol: Así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros tienen las mismas funciones, del mismo modo, los muchos somos uno en Cristo, y tenemos diversos dones según la gracia que se nos ha donado (Rm 12,4-6).
 Débito conyugal recíproco
Asimismo, al advertir a los cónyuges que no se nieguen recíprocamente el débito de la unión sexual, no sea que uno de ellos, al negársele el débito, se sienta tentado por Satanás y caiga en adulterio, dice: Esto os lo digo como concesión, no como obligación, pues desearía que todos fueran como yo; pero cada uno recibe de Dios su carisma; unos uno y otros otro (1Co 7,6-7).

El matrimonio-sacramento justifica concupiscencias inmoderadas
Bien ves que la pureza conyugal y la fe matrimonial del tálamo cristiano es un don, un don de Dios. De tal modo que, aunque la concupiscencia carnal se exceda en su ejercicio más allá de lo que pide la necesidad de engendrar hijos, no se ha de reputar como un mal, sino como digno de condescendencia por el bien de las nupcias. No hablaba el Apóstol del casamiento que se realiza con el fin de engendrar hijos, en la fe de la pureza conyugal y en el sacramento del matrimonio, indisoluble mientras ambos cónyuges vivan; hablaba del inmoderado uso del matrimonio, que se reconoce en la debilidad de los cónyuges y se perdona en gracia al bien de las nupcias, cuando decía: Esto digo como concesión, no como obligación (1Co 7,39). Dice asimismo: La mujer está ligada mientras viva el marido; si el marido muere, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. Más feliz será si permanece así, conforme a mi consejo (1Co 7,40). Al hablar de este modo, evidencia que la mujer fiel que se vuelve a casar después de muerto su marido es feliz en el Señor, pero que la viuda es más feliz en el mismo Señor. Esto significa, citando las Escrituras no solo con palabras, sino también con testimonios, que Rut (Rt 4,13-15) es feliz, pero que Ana  (Lc 2,36-38) es más feliz.

La profesión de viudez no condena segundas nupcias
 Por tanto, debes saber, ante todo, que por ese bien que tú has elegido no se condenan las segundas nupcias, sino que se les concede un honor inferior. Así como el bien de la santa virginidad, que ha preferido tu hija [Demetríade], no condena tus primeras bodas, así tampoco tu viudez condena las segundas. Los herejes catafrigas y novacianos se crecieron; y Tertuliano les llenó aún la boca de ruido, no de sabiduría, cuando condena las segundas nupcias con diente venenoso, puesto que el Apóstol con mente sobria afirma que son lícitas en absoluto. No te dejes apartar de esta sana doctrina por discusiones de nadie, docto o indocto. No defiendas tu propio bien de manera que lo que no es malo, lo denuncies como malo en otros. Gózate en tu bien tanto más cuanto que ya ves que con él no solo evitas los males, sino que superas algunos bienes. Los males a que me refiero son el adulterio o la fornicación.
B. Vid., III, IV

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