miércoles, 25 de enero de 2017

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¡EL CURA!

Yo soy, yo soy. Mirad: ésta es mi carne,
éstos mis huesos, ésta mi palabra,
ésta mi voz como un caballo ardiendo.
¿Qué tienen de distinto mis entrañas
y las vuestras? ¿Qué sangre me alimenta
que no pase por vuestras propias venas?

Yo soy el desterrado, soy el prófugo,
el leproso, el extraño, el enemigo.
Yo soy el comediante, el que predica
por oficio y gana con latines
el pedazo de pan que le alimenta.

¿Qué perro como yo? En vuestras calles,
sólo cuchillos veo en las miradas;
os quiero hablar y siento
que mi lengua es distinta de la vuestra
y que llamáis hipócritas mis lágrimas.

Yo soy el aguafiestas, el que estorba
ya siempre y por oficio,
el hombre que ha enterrado las caricias
bajo las hondas bóvedas del alma.
Soy el enterrador de vuestra sangre,
el espantajo negro de la muerte,
el coco de palabras cavernosas
que suenan a novísimos e infierno.

Éste soy. Éste mismo
que está luchando ahora con las lágrimas
porque quisiera ser y no está siendo,
porque quisiera amar y casi odia,
porque siente que el alma se le rompe
al pronunciar esta palabra: hermano.

Porque sabe que os ama, porque llora
palabras de verdad, porque ha nacido
con un corazón niño entre los dedos.
Éste soy. Este niño
que ahora está soñando en los jardines,
que ríe a los chiquillos, que sería
feliz corriendo tras las mariposas,
que siento se me escapa de las manos
para buscar inquietas lagartijas.

Es verdad. Es verdad. Soy el extraño,
el hipócrita, el hombre que no ama,
que no ha tenido madre, que no sabe
sonreír porque tiene seca el alma,
el hombre que quería destruir
en tres días el templo.

Rasgaos ante mí las vestiduras
una vez más. Porque os estoy amando.
Porque estoy abrumado de delitos,
porque hoy he llorado y he reído
al pensar que mañana -sí, mañana-,
cuando huelan a Dios aún mis manos,
las vendrán a besar unos chiquillos.

Padre José Luis Martín Descalzo

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