domingo, 8 de enero de 2017

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EPIFANÍA El cambio de camino es el cambio de vida

La fecha nos invita a hablaros, como todos los años, de la solemnidad del día de hoy, conocida en todo el mundo; de lo que tiene de festivo para nosotros y de lo que conmemoramos en esta celebración anual. Epifanía es un término griego que podemos traducir por «manifestación». Se nos dice que en este día adoraron al Señor los magos, advertidos por la aparición de una estrella que iba delante guiándoles. En el mismo día en que él nació vieron la estrella en el oriente, y reconocieron quién era aquel cuyo nacimiento se les había indicado. Desde aquel preciso día hasta el de hoy estuvieron en camino, aterrorizaron al rey Herodes con su proclama y se encontraron con los judíos, quienes, con la Escritura profética en la mano, les respondieron que Belén era la ciudad en que había de nacer el Señor. Teniendo la misma estrella por guía, llegaron luego hasta el mismo Señor, y, cuando les fue mostrado, lo adoraron, le ofrecieron oro, incienso y mirra, y regresaron por otro camino. En el mismo día de su nacimiento se manifestó a unos pastores advertidos por los ángeles, y en el mismo día, lejos, en el oriente, recibieron el anuncio los magos a través de una estrella, pero solamente en esta fecha fue adorado por ellos.   Toda la Iglesia de la gentilidad ha aceptado celebrar con la máxima devoción este día, pues ¿qué otra cosa fueron aquellos magos sino las primicias de los gentiles? Los pastores eran israelitas; los magos, gentiles; aquéllos vinieron de cerca; éstos, de lejos; pero unos y otros coincidieron en la piedra angular. Dice el Apóstol: Cuando vino, nos anunció la paz a nosotros, que estábamos lejos, y a los que estaban cerca. Él es, en efecto, nuestra paz, quien hizo de ambos pueblos uno solo, y constituyó en sí a los dos en un solo hombre nuevo, estableciendo la paz, y transformó a los dos en un solo cuerpo para Dios, dando muerte en sí mismo a las enemistades.

…¿A quién no llama la atención el que los judíos respondiesen según la Escritura a la pregunta de los magos sobre dónde había de nacer Cristo y no fueron a adorarle con ellos? ¿Qué significa esto? ¿No estamos viendo que incluso ahora sucede lo mismo, cuando en los mismos ritos a los que está sometida su dureza no se manifiesta otra cosa que Cristo, en quien no quieren creer? Cuando matan el cordero y comen la pascua, ¿no anuncian a Cristo a los gentiles, sin adorarlo ellos? ¿Qué otra cosa expresa nuestro actuar a propósito de los testimonios de los profetas, en los que está preanunciado Cristo? A los hombres que sospechan que tales testimonios fueron escritos por los cristianos3, no cuando aún eran futuros, sino después de acontecidos los hechos, los emplazamos ante los códices de los judíos para confirmar sus ánimos dudosos. ¿Acaso los judíos no muestran también entonces a los gentiles a Cristo, sin querer adorarlo en su compañía?

Una vez conocido nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien, para consolarnos a nosotros, yació entonces en un lugar estrecho y ahora está sentado en el cielo para elevarnos allí; nosotros, de quienes eran primicias los magos; nosotros, heredad de Cristo hasta los confines de la tierra a causa de quienes la ceguera entró parcialmente en Israel hasta que llegare la plenitud de los gentiles, anunciémosle, pues, en esta tierra, en este país de nuestra carne, de manera que no volvamos por donde vinimos ni sigamos de nuevo las huellas de nuestra vida antigua. Esto es lo que significa el que aquellos magos no regresaron por donde habían venido. El cambio de camino es el cambio de vida. También para nosotros proclamaron los cielos la gloria de Dios; también a nosotros nos condujo a adorar a Cristo, cual una estrella, la luz resplandeciente de la verdad; también nosotros hemos escuchado con oído fiel la profecía proclamada en el pueblo judío cual sentencia contra ellos mismos que no nos acompañaron; también nosotros hemos honrado a Cristo rey, sacerdote y muerto por nosotros cual si le hubiésemos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo queda que para anunciarle a él tomemos el nuevo camino y no regresemos por donde vinimos.
San Agustín, Sermón 202, 1.3-4



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