domingo, 15 de enero de 2017

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II Domingo del Tiempo Ordinario (A) Reflexión.

Reanudamos esta semana el Tiempo Ordinario en la liturgia. Ordinario, no porque tenga poca importancia, sino porque es el tiempo normal. Su importancia radica en el hecho de que seguimos paso a paso, en el evangelio, toda la trayectoria de Jesús: su vida, su mensaje, sus hechos, sus parábolas, sus gestos… Este año lo haremos de la mano del evangelio de Mateo, cuya lectura continua escucharemos todos los domingos.
En el evangelio de hoy aparece la expresión Cordero de Dios. Durante la misa la repetimos varias veces y con ellas nos referirnos a Cristo. Nos hemos acostumbrado a usar esta expresión, pero quizás no nos preguntamos a qué se refieren o qué pueden significar. Por eso conviene precisar el significado de esta expresión.
En la liturgia, Cordero de Dios (en latín Agnus Dei) se refiere a Jesucristo como víctima ofrecida en sacrificio por los pecados de los hombres, a semejanza del cordero que era sacrificado y consumido por los judíos durante la conmemoración anual de la Pascua. Y cada día en el Templo era sacrificado un cordero, por los pecados del pueblo (Éxodo 29:38-42).
Se sacrificaba el cordero para indicar que con él se sacrificaba simbólicamente la persona o el pueblo que había pecado. Como si dijera: "Yo he pecado y merezco morir, pero Dios ha permitido a este cordero que tome mi lugar". El sacrificio del cordero no quitaba el pecado, sino que era un rito por el que se pedía a Dios que quitara el pecado.

Según el evangelio de san Juan, Jesús muere en el momento en que los corderos eran sacrificados para celebrar la fiesta de los judíos. Por eso, Juan quiere que nosotros, los discípulos de Cristo, veamos a Jesús como al cordero sacrificado, el Cordero de Dios que, con su muerte, quitó y quita el pecado del mundo. 

Fr. Luis de León, eminente literato y poeta agustino, escribió un libro célebre, cuyo título es “Los nombres de Cristo”. Al comentar el nombre de Cordero aplicado a Cristo, se refiere a tres características que tiene el cordero: la mansedumbre, la inocencia y el sacrificio.

Jesús es el hombre-Dios humilde y sencillo, cercano a todos y muy paciente, pacífico y amable. Manso de corazón. Sí fustigaba con ardor la hipocresía y orgullo de los escribas y fariseos. Pero dijo en cierta ocasión: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Quizás nosotros nos enojamos fácilmente, nos llenamos de ira, nos puede el mal genio muchas veces, perdemos los nervios por nada. Si así es, aprendamos de Jesús “cordero” manso y humilde. El cordero es un animal inofensivo: no ataca no se defiende con violencia. Es manso y humilde. Acoge con cariño a los pecadores (Zaqueo, la mujer adúltera, a la pecadora que le lava los pies…). 

Por todo ello es símbolo también de la inocencia. La segunda característica. Significa o simboliza la pureza. Así es Cristo. No cometió ni pudo cometer jamás pecado alguno. Es el inocente y el santo entre los santos. Y se acerca a nosotros, pecadores, para que vayamos a él y quedar purificados y limpios de todo pecado.

En tercer lugar, el sacrificio del cordero entre los judíos significaba el perdón de los pecados. Ya no será necesario, en adelante, sacrificar animales para estar a bien con Dios. En adelante habrá un único sacrificio, el de Cristo. Como hecho muy significativo, Cristo fue sacrificado cuando era degollado en sacrificio el cordero en el templo, por ser la Pascua del Señor, la Pascua judía.

Se ofrece a la muerte en la cruz para reconciliarnos con Dios, su Padre. Su sacrificio es y será único, y para siempre. Eso sí, se renueva y actualiza en cada misa que celebramos. De ahí el valor de la misa. No es un acto de piedad cualquiera. Es el mismo sacrificio de Cristo en la cruz, sacrificio incruento pero real. Y no sólo eso: se nos da en alimento para reforzar nuestra fe, para que nuestro amor a Dios y al hermano sea como el suyo, para dar sentido a nuestra esperanza. 

Y se hace realmente presente en el sagrario y habita en el corazón de los creyentes. El Señor no se cansa de confiar en nosotros; nos ayuda a replantear y reafirmar nuestra relación con los hermanos. El Señor, que murió y está vivo porque resucitó, se acerca a nosotros en todo momento para que nos sintamos hijos de Dios y hermanos unos de otros. 

El Cordero sin macha no ha muerto en vano. Con su muerte y resurrección nos ha abierto el camino que lleva a la vida plena y para siempre. Nuestro pecado queda sepultado en su muerte si nos arrepentimos, y nacemos a una vida nueva por su resurrección. Esta es nuestra fe, es también nuestra esperanza y nuestro gozo.
P. Teodoro Baztán Basterra.

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