domingo, 22 de enero de 2017

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III Domingo del Tiempo Ordinario -A- Reflexión

Tanto la primera lectura del Libro de Isaías como el evangelio nos hablan de la luz: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tinieblas y sombras de muerte, una luz les brilló.  El evangelio dice que estas palabras de Isaías se cumplen en Jesús. Él ha venido a disipar las tinieblas del pecado, que son símbolo de muerte, y él nos trae una vida nueva.

El que está a oscuras necesita la luz. Cuando se produce un apagón imprevisto en la casa, en la calle o en el trabajo, y es de noche, nos sentimos torpes, incómodos y un tanto desvalidos. Nos desorientamos y, si es en la calle, nos invade el miedo. Hay confusión y malestar. Todos hemos vivido en algún momento esta experiencia. Es una experiencia parecida en cierto modo a la muerte, porque la luz es vida. Sin ella todo es tinieblas. Las tinieblas simbolizan la confusión y el desorden, la desorientación o ir a la deriva, la muerte... En una palabra, el pecado.

La Biblia utiliza muchos simbolismos para presentar un mensaje. El mismo Jesús dice de sí mismo que es el pan de la vida, el camino, la puerta para entrar en la vida. Y que es la luz. Y la luz, en palabras de la biblia, es el mismo Dios que brilla en las tinieblas, la luz que comunica la vida y, con ella, el gozo y la alegría, que anima y ayuda a caminar. Lo dice hoy el profeta: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo...

Mateo retoma estas palabras y las aplica textualmente a Jesús. Las gentes erraban como ovejas sin pastor, dice el evangelio. Desorientación y confusión. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron..., porque prefirieron las tinieblas a la luz. (San Juan). Yo soy la luz del mundo, dirá el mismo Jesús, quien me siga no caminará en tinieblas. Muere en la cruz, era mediodía, dice san Lucas, y se oscureció todo el territorio hasta media tarde, al faltar el sol, que no es otro sino Jesucristo.

¿Qué nos dice todo esto a nosotros? Mucho. Dada nuestra condición humana, caemos muchas veces en situaciones de abatimiento, angustia o depresión por problemas o acontecimientos adversos, y nos domina la tristeza y nos cuesta salir de ella. Otras veces andamos un tanto desorientados y confusos porque oímos otros modos de pensar al margen de Dios, otros criterios nada evangélicos, vemos otros estilos de vida en que, a los que así viven, parece que les va bien. O caemos en el pecado o nos pueden las tendencias al mal, llámese egoísmo, resentimientos, ambición, etc. Y es entonces cuando necesitamos una luz potente e iluminadora. Y la luz, y fuente de toda luz, es Jesús.

Pero para acceder a él es preciso convertirnos. Esta es la palabra. La emplea hoy el mismo Jesús, al inicio de su predicación: Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios. La conversión no se produce únicamente en los que llamamos los grandes convertidos (San Pablo, San Agustín, San Francisco de Asís...). Es tarea obligada para todos. Todos necesitamos ir erradicando de nuestra vida todo aquello que nos impide acercarnos más a Cristo y dejarnos iluminar por él.

Puede haber hoy un sol radiante y ser un día lleno de luz, pero si no abrimos la ventana de nuestra casa, la casa quedará a oscuras, habrá tinieblas dentro de ella. La conversión no es otra cosa que abrir nuestro corazón al Señor para que entre en él, ilumine nuestra vida y nos llene de gozo.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré. Son palabras de Jesús. El Señor pasa por nuestra vida y si, al oír su voz, le seguimos, todo cambia. Pedro y Andrés, Juan y Santiago, están pescando, pasa Jesús muy cerca de ellos, los llama, le siguen dejando todo, y su vida cambió. Se acerca también a nosotros y nos llama a seguirle. No hace falta que dejemos nuestra casa, nuestra familia, nuestro trabajo o profesión para seguirle. Pero sí dejar todo aquello que nos impide seguirle como verdaderos discípulos, como verdaderos cristianos. Nos pide encontrarnos con él. 

Nadie sale con las manos vacías del encuentro con Cristo. La eucaristía es un encuentro real, personal y comunitario con Él. En ella, su Palabra, cuando la acogemos y hacemos nuestra, es luz que disipa las tinieblas de nuestra noche y orienta nuestro caminar. Su cuerpo es alimento que da vida. Su presencia es ánimo y es consuelo y experiencia de amor. Dejémonos iluminar siempre por Cristo y nos irá bien. Sin duda.
 P. Teodoro Baztán Basterra.

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