viernes, 6 de enero de 2017

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La Manifestación del Señor (1)

  Los magos llegaron de oriente para adorar al alumbrado por la Virgen. Ésta es la fecha que celebramos hoy; a ella damos la merecida solemnidad y dedicamos el sermón. Este día brilló por primera vez para los magos; para nosotros retorna anualmente en esta festividad. Ellos eran las primicias de los gentiles, nosotros somos el pueblo constituido de gentiles. A nosotros nos lo anunció la lengua de los apóstoles; a ellos, una estrella, cual lengua de los cielos; y los mismos apóstoles, como si fueran cielos, nos proclamaron la gloria de Dios (Cf Sal 18,1). ¿Por qué no vamos a reconocer que son cielos quienes se han convertido en tronos de Dios? Así está escrito: El alma del justo es trono de la sabiduría (Cf Sab 7,7). Por medio de estos cielos tronó el artífice y morador de los cielos; ante tal trueno el mundo se estremeció, y he aquí que ya cree. ¡Gran misterio! Yacía entonces en el pesebre y ya guiaba a los magos desde oriente. Escondido en un establo, era reconocido en el cielo, para que, reconocido en el cielo, se manifestase en el establo y este día recibiese el nombre de Epifanía, que puede traducirse por «manifestación». Al mismo tiempo encarecía su excelsitud y su humildad, para que quienes lo buscaban hallasen en un estrecho establo al que los cielos abiertos mostraban con las señales de los astros; para que, aunque impedido a causa de sus miembros infantiles y envuelto en pañales de niño, lo adorasen los magos y lo temiesen los malos (Cf Mt 2,1-18).
 En efecto, el rey Herodes sintió miedo de él al anunciárselo los magos, cuando aún buscaban al Pequeño que ya sabían que había nacido por el testimonio del cielo. ¿Cómo será su tribunal cuando haga de juez, si ya su cuna de niño aterrorizaba a los reyes soberbios? ¡Cuánto más sabios son los reyes ahora que no buscan matarlo, como Herodes, sino que, como los magos, se deleitan en adorar precisamente a quien sufrió por sus enemigos, de mano de sus mismos enemigos, la misma muerte que su enemigo quería causarle, y con su muerte dio muerte a la muerte en su cuerpo! Sientan ahora los reyes un piadoso temor a quien ya está sentado a la derecha del Padre; a quien ya temió, cuando aún tomaba el pecho de su madre, aquel rey impío. Escuchen lo que está escrito: Y ahora, reyes, comprended; instruíos los que juzgáis la tierra: servid al Señor con temor y exultad ante él con temblor (Sal 2,10-11). Aquel rey que venga a los reyes impíos y guía a los piadosos, no nació como nacen los reyes en este mundo, pues también nació aquel rey cuyo reino no es de este mundo. La nobleza del nacido se manifestó en la virginidad de la madre, y la nobleza de la madre, en la divinidad del nacido. Finalmente, no obstante haber sido muchos los reyes de los judíos nacidos y muertos ya, nunca y a ninguno de ellos buscaron unos magos para adorarlo, puesto que tampoco conocieron a ninguno por la voz del cielo.
S 200, 1-2
 

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