lunes, 27 de marzo de 2017

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Jn 9, 1-41: Nosotros nacemos de Adán ciegos también y tenemos necesidad de que Cristo nos ilumine.

El Señor dijo concisamente: Yo soy la luz del mundo, y el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida; y en estas palabras manda una cosa y promete otra distinta, cumplamos lo que manda para que no deseemos con desvergonzada temeridad lo que promete y no nos diga en el día de su juicio: ¿Cumpliste lo que te mandé para que puedas reclamar lo que te prometí? ¿Qué es, pues, lo que mandaste, Señor, Dios nuestro? Respuesta del Señor: Que me siguieras. Pediste un consejo de vida, y ¿de qué vida sino de aquella de la que se dijo: En ti mismo está la fuente de la vida? Un hombre oyó de Jesús: Anda, vete y vende todo lo que tienes y se lo das a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y luego vienes y me sigues. Aquel hombre se fue triste de allí, no le siguió'. Buscó al buen Maestro, preguntó al Doctor, y le desprecia cuando le estaba enseñando: se fue de allí triste con las ligaduras de sus concupiscencias; se fue de allí triste, llevando sobre sus hombros el peso abrumador de la avaricia. Sentía gran fatiga, le hacía sudar la fiebre, y creyó que no debía seguir, sino abandonar a aquel que quería quitarle la carga. Pero después que el Señor llamó a voces por el Evangelio: Venid a mi todos los que estáis fatigados y cargados y yo os aliviaré; tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, ¡cuántos practicaron, oído el Evangelio, lo que no practicó aquel rico oyéndolo de labios del mismo Jesús! Practiquémoslo, pues, nosotros y sigamos al Señor y librémonos de las cadenas que nos impiden seguirle. Y ¿quién podrá desligarnos sin el auxilio de aquel de quien fue dicho: Tú has roto mis cadenas? De Él mismo habla así otro salmo: El Señor libra a los que están encadenados y el Señor levanta a los caídos.

Y ¿qué es lo que siguen los que están libres de sus cadenas y levantados del polvo de la tierra, sino la luz que les habla así al oído: Yo soy la luz del mundo, y quien me sigue no andará en tinieblas, ya que el Señor es el que da vista a los ciegos? Nosotros somos ahora iluminados, si es que tenemos el colirio de la fe. Precedió, pues, la mezcla de su saliva con la tierra con la que había de ungir los ojos del que nació ciego. Nosotros nacemos de Adán ciegos también y tenemos necesidad de que Cristo nos ilumine. Hizo una mezcla de saliva y tierra: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Mezcló su saliva con tierra; por eso estaba ya predicho: La verdad salió de la tierra. Él, en cambio, dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nosotros gozaremos con plenitud de la verdad cuando le veamos a Él cara a cara; esto también se nos promete. Pues ¿quién tendría la audacia de esperar lo que Dios no hubiese tenido la dignación de prometernos o de darnos? Le veremos a Él cara a cara. Dice el Apóstol: Yo ahora conozco sólo en parte, ahora sólo en espejo y enigma, pero después yo le veré a Él cara a cara. El apóstol Juan dice también en una de sus cartas: Amadísimos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha mostrado lo que seremos; cuando se muestre, seremos semejantes a Él, pues le veremos como es. ¡Qué promesa ésta tan inmensa'. Si le amas, vete detrás de Él. Le amo, contestas; mas ¿por qué camino seguirle? Si el Señor Dios tuyo te hubiese dicho: "Yo soy la verdad y la vida", tu deseo de la verdad y tu amor a la vida te llevarían ciertamente a la búsqueda del camino que te pudiera conducir a ellas, y te dirías a ti mismo: Magnífica cosa es la verdad y magnífica cosa es la vida, si existiera el medio de llegar a ellas mi alma. ¿Buscas el camino? Oye lo primero que te dice: Yo soy el camino. Te dice primero por dónde se va que adónde se va. Yo soy, dice, el camino. ¿Adónde lleva este camino? Yo soy también la verdad y la vida. Dice primero por dónde has de ir y luego a dónde has de ir. Yo soy el camino, y soy la verdad, y soy la vida. En el seno del Padre está la verdad y la vida; vestido de nuestra carne, es el camino. No se te dice: Suda trabajando en la búsqueda del camino por el que llegues a la verdad y a la vida; no se te dice eso. Levántate, perezoso: el camino mismo ha venido a tu encuentro y te despertó del sueño a ti que estabas dormido (si es que te despertó): Levántate y anda. Tal vez hagas esfuerzos para andar y no puedas, porque te duelen los pies. ¿Por qué te duelen? ¿Es, por ventura, porque anduvieron caminos difíciles bajo el tiránico imperio de la avaricia? Pero también el Verbo de Dios sanó a los cojos. Yo tengo los pies sanos, dices tú: lo que no veo es el camino. También el Verbo de Dios dio vista a los ciegos.
In Jn, 34, 8-9


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