martes, 7 de marzo de 2017

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LA SAMARITANA (2)

3.    Si conocieras el don de Dios…

Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide… Cuando te sientas interpelado así en tu interior, entra en diálogo con Cristo, sin miedos, con una confianza total, y dile como el joven Samuel: Habla, Señor, que tu siervo escucha  (1 Sam 3, 10). O con palabras parecidas. O en silencio, dejando que hable el corazón. El corazón sabe mucho de amor y confianza.

También de miedos; miedos que tú, ayudado por la gracia, puedes y debes eliminar. En tu vida habrá paz si conocieras el don de Dios y cumplieras con lo que él te propone o te pide. La inmensa mayo-ría de las gentes de este mundo no conoce el camino que conduce a la paz. Como no conoció Jerusalén este “camino” que llegaba hasta ella (Cf Lc 19, 42). Única-mente el don de Dios, conocido y acogido, nos conduce a la paz. O, lo que es lo mismo, produce paz.

Sí conocieras -dice- el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo.  A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación?  Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva (In Jn ev. 15, 12)… ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva?  Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa? (Ib. 15, 16).

El don de Dios es el Espíritu Santo. Al hacer esta afirmación san Agustín se basa en unas palabras del evangelio de Juan: Quien tenga sed que se acerque a mí; quien crea en mí, que beba. Como dice la Escritura: De su entraña brotarán ríos de agua viva. En el mismo lugar el evangelista añade: Decía esto refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él (Jn 7, 37 ss).

La fuente es Cristo. El agua viva, en cuanto don, es el Espíritu Santo. Quien cree en Cristo recibe el Espíritu. Él es el agua viva que purifica, sacia y produce vida plena. En él, como en Cristo, reside la plenitud de la divinidad. Quien recibe el Espíritu y vive en gracia no puede tener ya más sed, porque él es el todo. Nada más puede ansiar, nada puede echar en falta, porque posee todo. O mejor, porque el Espíritu ha tomado posesión del creyente y lo llena de sí.

Cierto es que, mientras caminamos por este mundo, cabe siempre la posibilidad de rechazarlo por el pecado, de no percibir su presencia por nuestra indiferencia y frialdad, de no ser conscientes de él en cuanto don y de los dones que él nos da, de desconocerlo, como la Samaritana. De ahí que debemos recordar siempre las palabras de Jesús: Si conocieras el don de Dios…

4.    Te lo dice también a ti


Si supieras quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y te daría agua viva, le dice a la Samaritana. Y a ti. Cuando te pide algo, te ofrece mucho más, infinita-mente más, de lo que tú puedas darle. A pesar de eso, dale todo lo que puedas, date a ti mismo. Date a él en los hermanos, en los que menos o nada tienen, en los excluidos, en los enfermos. Date a él sin buscarte a ti mismo.

Lo que Cristo te pide o manda que hagas, te lo da antes. Como decía san Agustín en una oración muy breve cuando le pedía a Dios su ayuda para guardar continencia: Da lo que mandas y manda lo que quieras. (Conf. X, 29, 40). Si él tiene sed de tu fe, pídele tener sed de él mismo, y te la dará. Si tiene sed de tu amor, él te ha amado antes para que puedas amar como él te ama. Si tiene sed de ti mismo, él se ha entregado por entero a la muerte por ti.

Te invita a beber siempre de su Espíritu, fuente inagotable de agua limpia y fecundadora.

5.    El que beba de esta agua vuelve a tener sed

El agua del pozo de Sicar saciaba la sed de quien la bebía. Pero, al tiempo,  volvía  otra sed que había que saciar de nuevo. Así son las cosas de este mundo: atiborran, pero no llenan. Satisfacen de momento, pero no sacian para siempre. Más todavía: Producen vacío y en el fondo o interior del “sediento” se posa una  insatisfacción permanente. Eso significan las palabras de Jesús el que beba de esta agua vuelve a tener sed.

En nuestro mundo abundan las fuentes de esta agua que no sacia del todo: el placer por el placer, el dinero para tener y acumular, el poder para pretender ser más que los otros, el saber sólo para figurar, el bienestar como bien supremo, el amor egoísta, la fama siempre efímera, la droga quizás… Y tantas otras. Quien beba de estas fuentes, tendrá siempre sed. Es decir, vivirá insatisfecho y, a la larga, vacío.

Tomado del libro: Bebieron de la Fuente
P. Teodoro Baztán Basterra.

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