martes, 28 de marzo de 2017

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Reflexión IV Domingo de Cuaresma

En el camino de Cuaresma siempre es necesario descubrir el matiz con que el Señor se hace presente y cómo fortalece y espera una respuesta.
 
Meditando hoy la Palabra de Dios sorprende, siempre desde la fe, cómo llega el Señor a manifestar su voluntad: es un tono lleno profundidad, de cercanía y de segura esperanza en la persona a quien se dirige y que lleva a cabo su voluntad. El “Yo te envío” a Samuel; “sois luz en el Señor”, que dirá Pablo, “ve a lavarte en la piscina”. A primera vista son afirmaciones básicas pero siempre verdaderas; es Dios mismo quien, en un tiempo distinto y en circunstancias tan diversas, se manifiesta en su ser y en su hacer.

         La totalidad de realidades que hoy encontramos en la Palabra de Dios son una expresión total que nunca fallará en la historia ni en el tiempo. Lo mejor de todo esto es la manifestación dirigida al hombre desde el amor infinito, desde su deseo de una humanidad que quiere ser feliz, de una esperanza que jamás obstaculiza el camino del hombre para que éste pueda y quiera vivir y alentar su existencia en grado positivo pero, siempre, desde la fe.

         A leer hoy la Palabra de Dios sorprende positivamente -ojalá fuera siempre así en nosotros-, una providencia constante de hechos en personas y en un modo tan cercano y tan manifestado -meditemos la Palabra-. Incluso, el mismo mensaje de san Pablo es situar a sus fieles en una definición como “hijos de la luz” y cuyo fruto es la bondad, la rectitud y la verdad. Toda la Palabra es un cúmulo de manifestaciones divinas en el amor al hombre, como una llamada amorosa a descubrir que la orientación de la vida solo tiene razón de ser desde la gracia que siempre se manifiesta en la cercanía de Dios. Esta manifestación tiene también expresión viva en el “buscad lo que agrada al Señor” y en “despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo”, que dirá Pablo.

         Toda la referencia anterior tiene mucho que decirnos; cada uno de nosotros tiene en la propia vida un modo de ser y, por eso, nuestras personas se sitúan en un ambiente propio de poder sentir la bendición de Dios que transforma, purifica y hasta sana nuestras personas. La enfermedad no solo está reducida a lo que vemos como mal en el hombre; Dios ha hecho de nosotros una presencia viva en el mundo y, por nuestra parte, tenemos que garantizar una fidelidad y un agradecimiento al Señor en la vida. Más aún; si nosotros analizamos las circunstancias concretas que hoy afectan al hombre en la Palabra de Dios, no puede quedarse en una lectura “marca personal” sino que todos, en nuestra relación de fe, debemos situarnos con humildad y confianza ante Dios que conoce quiénes somos, cómo vivimos y hacia dónde caminamos. Es algo así como situarnos en una pequeñez que solo el Señor puede cambiar totalmente, llevarnos a la “bondad, a la rectitud y a la verdad” y, por último, a no esperar cualquier milagro.¡ sin sentido.

         La vida cristiana no puede encerrarse en una mera complacencia, somos expresión viva de Dios en el mundo y en la historia, lo cual hace que la fe se exprese en verdad en línea de evangelio, teniendo en cuenta que debe ser consecuente con el plan de Dios en nosotros. Muchas veces, al escuchar la Palabra de Dios nos situamos en una cierta lejanía de ella, optando por pensar que la referencia es un tanto ajena a nosotros cuando, en verdad, Dios nos habla al corazón y nos exige una total fidelidad en el creer y en el vivir.  En este domingo, ante el peligro de situarnos como meros oyentes, pidamos al Señor que su palabra, su amor y su verdad lleguen a nuestros corazones y motiven un cambio de vida para despertarnos de nuestras conveniencias bastante largas de lo que es el camino de Jesús y que, sin embargo, es el único modo de dar a la vida un sentido total de fe y de amor.
         La Palabra de Dios no es solo un anuncio de cosas maravillosas a nuestro estilo; toda ella procede de Él y, por lo tanto, exige por nuestra parte la fe necesaria para que en el silencio del corazón dejemos un margen cálido y amplio para escuchar y agradecer que el Señor nos abre el amplio marco de la vida cristiana: Él es el Dios que nos salva, es el Dios que nos llena de esperanza para que nuestra vida tenga Luz, Camino y Verdad. Y, mirando hacia la Cruz, que está tan cerca, Dios nos llame a ser siempre hijos suyos.

NUESTRA REALIDAD
         Sería una gran experiencia de fe que nos pusiéramos ante Jesús a la vez que descubrimos que Él es la Luz. Es una experiencia necesaria y llena de sorpresas, porque nos lleva desde Jesús a nuestra propia interioridad y en ella, aunque nos cueste aceptar, hay pecado, enfermedad y miedo. Muchas veces, incluso en la lectura personal de la Palabra de Dios, alejamos su cercanía y pensamos que es para los demás y que nosotros no entremos en el círculo que hace cada vez Jesús.

         Hoy mismo, si nos adentráramos en la verdad de nuestro interior, es motivo más que suficiente para gritar a Jesús y decirle: Señor, extiende el lodo sobre mis ojos. Nos parecería una barbaridad y, sin embargo, es el milagro diario que Él quiere hacer en nosotros para que seamos sus propios testigos. En la realidad de la vida acerquémonos a Jesús y creamos en su presencia salvadora, sintamos la fuerza que llega a nosotros y cómo nos orienta nuestra vida ¡Gracias, Señor, por el diario milagro de la vida en la fe!

EXAMEN y ORACIÓN
         Cuando estamos en la vida diaria es necesario que salgamos de un mundo en el que abundan las palabras. Vayamos al evangelio de hoy; ante el lenguaje personal, necesario y total de Jesús aparece un mundo de personas que entran en el marco del milagro prodigando toda clase de razones, dudas e interrogantes, Esa es una actitud que muchos cristianos usamos y más cuando parece que Dios nos pide algo. Lo malo de todo esto es, desde nuestra constante tendencia a buscar razonamientos, motivar la duda en los demás y hasta hacer posible que no se crea.

         “Los vecinos y otros más”, dice el evangelio, montaron todo lo posible para que la presencia del Mesías quedara al margen y que el ambiente no comenzara a hacer un coro de alabanza por el milagro. En el fondo era pretender que el Mesías no tuviera la verdadera valoración y era mejor sacarlo de la escena y que los hombres, no Dios, dirigiesen la vida. Si queremos creer en el milagro continuo del amor de Dios hay que hacer frente a los encantos y a la fascinación. Dios es siempre Dios y Dios Padre; su presencia es la razón de nuestra vida y sólo Él puede llevarla por el camino verdadero.

         Hoy es un hermoso día para sentir en el corazón la presencia amorosa de Dios y decirle: Déjanos, Señor, oír tu voz, tu Palabra para que no se endurezcan nuestros corazones, Hay que también nosotros nos dejemos herir por el amor y el dolor para adherirnos con fe a tu voluntad.

CONTEMPLACIÓN
         Un gran milagro:
         ¡Si pudiera existir alguien en quien reinara el más absoluto silencio!
            Silencio de los sentidos del cuerpo, de las imágenes de la tierra, del agua, del aire, del cielo; silencio de la misma alma, que por haberse trascendido tanto, ya no pensase en sí misma; silencio de los sueños y de toda acción imaginaria; silencio de todo ruido, de todo signo y de todo movimiento.
¡Si pudiera existir alguien en quien reinara el más absoluto silencio!

Alguien que, por haber acercado tanto su silencio al Criador, pudiera oírle a él solamente, y ni por medio de las cosas, ni de los hombres ni de los ángeles, ni del sonido ni de las imágenes, sino de Él directamente.

Si finalmente, esta situación se prolongase y sólo esta visión le arrebatase, absorbiese en el gozo interior… ¿no sería esto el «entra en el gozo de tu Señor»?  (san Agustín en Confesiones IX, 10. 25.

ACCIÓN. Como aquel hombre curado, digamos: CREO, SEÑOR
Fr. Imanol Larrinaga, OAR 

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