sábado, 11 de marzo de 2017

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SOLEDAD

Unica siempre, desde que subiste,
como un canto de alondra no cazada,
a las manos de Dios, para sus juegos,
tú rompiste en la Gracia como un lirio entre espinas,
isla de soledad en tu inocencia cercada por las aguas del Pecado...

Sola de toda humana compañía
capaz de acompañarte totalmente,
con la vida apostada en la aventura del Reino,
con las fieras del Odio y del Amor acechándote,

impunemente sola,
¡con la carga de Dios sobre la espalda de tus catorce años sorprendidos!

Sola contra la noche del Misterio,
por las arenas de la Fe abrasadas,
sin otra luz que tu mirada pura y sometida,
descalzo el pie y el corazón abierto, como un río
desangrándose entero ...

Madre en la soledad, Virgen con Hijo:
sólo tú has vencido, a todo riesgo,
la extraña soledad de dar a luz sin padre,
sin poder compartir con otra orilla
la mirada y el aire del Hijo, confluentes,
Madre sin Hijo, al fin,
tú, sólo, has consentido invictamente el despojo total de tus entrañas,
saqueadas por Dios y por los hombres...
¡Tú, solamente, has sido rechazada por el amor de un Hijo!
Madre sin Hijo y con el Hijo enfrente
¡con el Hijo a merced de todo el mundo!

¡Mujer de la más honda soledad,
viuda y sin Hijo y aun en flor perenne, como un árbol
despojado en abril, apenas núbil!

Madre en la soledad,
Madre en la muerte, para darnos vida
con la vida del Hijo subastada.
Madre en la noche del mayor silencio,
a tientas el andar del corazón
y la palabra humilde sin respuesta,
como una flauta en el desierto frío.

¡Sin respuesta de Dios ni de los hombres
sola en tu Soledad!
Más sola que el Dolor, dormido en tu regazo para siempre.
Más sola que la Muerte, renacida en tu gozo,
como una golondrina libertada.
Sola de todo Mal, con el Pecado muerto al pie de tu sonrisa.

Camino del sepulcro, con el llanto caído como un velo piadoso,
detrás de la derrota de tu Carne,
la soledad del mundo caminaba a tu paso, redimida.
De vuelta del sepulcro, mientras tu Soledad iba bordando
los ocultos senderos de la Pascua,
la Paz se recostaba sobre tus manos puras
y la Esperanza amanecía a tiempo, al filo de tus hombros, ¡alborada!

¡Te llamaremos todos, muchas veces, desde esta nuestra soledad tan sola,
María Soledad!
Soledad tan cercana y sin estorbos,
tan sonora de aroma y de ternura,
que hasta los niños ciegos han de poder hallarte.
María Soledad,
toda llena de Dios y de los Hombres,
Oh Soledad, oh compañía nuestra!

Monseñor Pedro Casaldáliga

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