martes, 25 de abril de 2017

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De la mano de San Agustín:SOBRE LA PASCUA

Me preguntas «por qué el aniversario en que se celebra la pasión del Señor no cae siempre en el mismo día del año, a diferencia del día en que nació, según la tradición». Luego añades: «Si esto es por influencia del sábado y de la luna, ¿qué tienen que ver aquí la observancia del sábado y la luna?» En primer lugar, debes saber que el día de la Natividad del Señor no se celebra como sacramento. Sólo se hace conmemoración del nacimiento, y para eso bastaba señalar, con devota festividad, el día correspondiente del año en que el suceso tuvo lugar. Hay sacramento en una celebración cuando la conmemoración de lo acaecido se hace de modo que se sobreentienda al mismo tiempo que hay un oculto significado y que ese significado debe recibirse santamente. Es lo que hacemos cuando celebramos la Pascua: no nos contentamos con traer a la memoria el suceso, esto es, que Cristo murió y resucitó, sino que lo hacemos sin omitir ninguno de los demás elementos que testimonian su relación al significado de los sacramentos. Dice el Apóstol: Murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación (Rm 4,25). En esta muerte y resurrección del Señor queda consagrado el tránsito de la muerte a la vida. El mismo vocablo pascua no es griego, como suele pensar el vulgo, sino hebreo; así lo dicen los que conocen ambas lenguas. La realidad que se anuncia con esa palabra hebrea no es la pasión, pues padecer se dice en griego pásjein, sino el tránsito de la muerte a la vida, como he dicho. En el idioma hebreo, el tránsito se denomina pascha, como dicen los que lo saben. A eso aludió el mismo Señor al decir: Quien cree en mi, pasa de la muerte a la vida (Jn 5,24). Se entiende que eso es principalmente lo que expresó el evangelista cuando decía de la Pascua que iba a celebrar el Señor con sus discípulos, y en la que les dio la cena mística: Habiendo visto Jesús que era llegada la hora de pasar de este mundo al Padre (Jn 13,1). Lo que se celebra, pues, en la pasión y resurrección del Señor, es el tránsito de esta vida mortal a la inmortal, de la muerte a la vida.

Este tránsito lo realizamos actualmente por la fe que se da en nosotros para la remisión de los pecados en la esperanza de la vida eterna, mientras amemos a Dios y al prójimo. Porque la fe obra por la caridad (Ga 5,6), y el justo vive de la fe (Hb 2,4). Pero la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Pues si esperamos lo que no vemos, aguardamos por la paciencia (Rm 8, 24-25). Por razón de esta fe, esperanza y caridad, con que empezamos a estar bajo la gracia, estamos ya muertos con Cristo y sepultados en El, por el bautismo (2Tm 2,11; Rm 6,4; Col 2,12), según dice el Apóstol: porque nuestro hombre viejo ha sido crucificado juntamente con él (Rm 6,6); y hemos resucitado con él porque juntamente nos resucitó y juntamente nos hizo sentar en los cielos (Ef 2, 5-6). De ahí procede aquella exhortación: Gustad las cosas de arriba, no las de la tierra (Col 3,2). Pero luego continúa y dice: Porque estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis también vosotros con El en la gloria (Col 3, 3-4). Esta última advertencia indica bastantemente lo que pretende dar a entender: que nuestro tránsito de la muerte a la vida se realiza ahora por la fe y se consuma por la esperanza de la resurrección y gloría que acaecerán al fin, cuando esto corruptible, es decir, esta carne en que actualmente gemimos, se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad (1Co 15, 53). Actualmente tenemos ya las primicias del espíritu por la fe, pero todavía en nosotros mismos gemimos, aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo; porque por la esperanza hemos sido salvados (Rm 8, 23-24). Mientras vivimos en esta esperanza, el cuerpo ha muerto por el pecado; pero el espíritu es vida por la justicia. Pero fíjate en lo que sigue: Y si el Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en vosotros, quien resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará vuestros cuerpos mortales por su Espíritu, que en nosotros habita (Rm 8, 10-11). Eso es lo que espera para el fin de los tiempos la Iglesia universal, que se encuentra en la peregrinación de la mortalidad; eso es lo que se le dio a entender de antemano en el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que es el primogénito de los muertos, ya que su cuerpo, del que Él es cabeza, no es otro que la Iglesia (Col 1,18).
CARTA 55, 2-3

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