domingo, 28 de mayo de 2017

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ASCENSIÓN DEL SEÑOR - Reflexión

En la fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos celebramos la vuelta de Jesús al Padre. Vuelve porque vino antes. Jesús ha recorrido un camino de venida y regreso, de ida y vuelta. Vino enviado por el Padre para llevar a cabo la misión de redimir a la humanidad. Vino a los suyos, dice Juan en el evangelio, y, aunque muchos no lo recibieron, a quienes sí lo acogieron los hizo capaces de ser hijos de Dios. 

Nos ha liberado de la esclavitud el pecado y nos ha comunicado una vida nueva. Cumplió a cabalidad con la misión que el Padre le había encomendado, dio su vida por amor a todos, y resucitó.
Ahora, cumplida su misión, vuelve al Padre. Y con él asciende en esperanza toda la humanidad redimida por él. Nos ha abierto el camino que lleva a la vida para siempre. Por eso hoy es un día de triunfo y de gloria para él y, de manera anticipada, para todos nosotros. Así lo dice o reconoce la oración colecta de la misa: “La ascensión de Jesucristo es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo”.

Dice Jesús en otro lugar: “Me voy a prepararos un sitio…, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros”. San Pablo pide que Dios nos ilumine para que comprendamos la esperanza a la que estamos llamados, la riqueza de gloria que da en herencia a los santos (los creyentes).  Que Dios nos ayude a esperar con gozo la vida para siempre en Dios.
Cristo vuelve al Padre, pero nos deja una tarea importante a todos los creyentes, a todos sus seguidores, a todos nosotros. Nos pide que continuemos en la tierra su misión, que no es otra sino evangelizar. Que seamos su prolongación ahí donde estamos, trabajamos y vivimos. ¿Qué significa esto? Se trata de vivir nuestra fe, y no ocultarla, testimoniarla sin miedo a nada y a nadie, y trabajar para que otros puedan ser también creyentes. Lo dice así Jesús hoy: “Id y haced discípulos de todos los pueblos”. 

No podemos replegarnos en nosotros mismos para vivir nuestra fe de manera privada. No podemos desentendernos de la tarea que nos ha encomendado el Señor. No podemos limitarnos a mirar al cielo y no evangélicamente a la tierra en que estamos plantados. Si así fuera, mereceríamos el reproche de los ángeles a los discípulos: “Qué ha-céis ahí mirando al cielo?”. ¡Hala! A construir todos el reino querido por Jesús.  

No es fácil la tarea que nos asigna el Señor. Porque soplan vientos contrarios a todo aquello que esté relacionado con nuestra fe. En un mundo en el que predomina lo superficial, el goce inmediato, la indiferencia, el relativismo, resulta complicado anunciar el Evangelio. Y porque es muy difícil cumplir con esta misión, añade Jesús: “Sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. No cabe garantía mayor.

Si Cristo está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Es la hora ser cristianos comprometidos. No nos escondamos cuando veamos que nuestro mundo necesita la Buena Noticia. Seamos luz y, como dice el Papa Francisco, medicina. La gracia que has recibido en el Bautismo no es para ti, tú eres un administrador que debe poner sus bienes al servicio de la construcción de la comunidad para bien de los hermanos. Que podamos decir al final de la jornada: "Señor, cumplimos lo que nos mandaste, danos lo que nos prometiste" (San Agustín, Sermón 395)

San Agustín decía también que la necesidad de trabajar seguirá en la tierra, pero el deseo de la ascensión ha de mirar al cielo: "aquí la esperanza, allí la realidad", dice el santo. Con frecuencia se ha acusado a los cristianos de desentenderse de los asuntos de este mundo, mirando sólo hacia el cielo. No podemos vivir una fe desencarnada de la vida. La Iglesia somos todos los bautizados, luego todos debemos implicarnos en la defensa de cosas tan importantes como la defensa de la vida, de la dignidad del ser humano, de la justicia y de la paz, del gozo de creer.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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