viernes, 19 de mayo de 2017

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De la mano de mano de San Agustín: Reconoce lo que es propio del Señor y el don concedido al siervo.

Ved qué ha respondido por su parte el Señor a los tardos. Vio que ellos no soportaban el esplendor de la verdad, y lo temperó con las palabras «¿Acaso no está escrito en vuestra Ley, esto es, dada a vosotros, que yo dije: “Sois dioses”»? (Jn 10,34) Mediante un profeta dice Dios en un salmo a los hombres: Yo dije «Sois dioses»(Sal 81,6). Y el Señor nominó en general «Ley» a todas las Escrituras, aunque en otra parte nombre especialmente la Ley para distinguirla de los Profetas, como es «La Ley y los Profetas, hasta Juan»(Lc 16,16), y «En estos dos preceptos se basan la Ley entera y los Profetas» (Mt 22,40). Además distribuye a veces las mismas Escrituras en tres partes cuando asevera: Era preciso que se cumpliera todo lo que en la Ley y en los Profetas y en los Salmos está escrito de mí (Lc 24,44). Pero ha designado con el nombre de Ley también a los Salmos, donde está escrito: Yo dije «Sois dioses». Si llamó dioses a esos a quienes aconteció la palabra de Dios, y la Escritura no puede ser destruida, de ese a quien el Padre santificó y envió al mundo ¿vosotros decís «que blasfemas», porque dije: Soy Hijo de Dios? (Jn 10,35-36) Si la palabra de Dios aconteció a los hombres de forma que los llamase dioses, ¿cómo no es Dios la Palabra de Dios misma, la cual existe en Dios? Si mediante la palabra de Dios devienen dioses los hombres, si participando son hechos dioses, esa de que participan ¿no es Dios? Si las luces iluminadas son dioses, la luz que ilumina ¿no es Dios? Si los calentados en cierto modo por el fuego salutífero son hechos dioses, ese que los calienta ¿no es Dios? Te acercas a la luz y eres iluminado y contado entre los hijos de Dios; si te alejas de la luz, te oscureces y eres computado entre las tinieblas; aquella Luz empero no se acerca a sí, porque no se aleja de sí. Si, pues, os hace dioses la Palabra de Dios, ¿cómo no es Dios la Palabra de Dios? El Padre, pues, santificó y envió al mundo a su Hijo. Quizá alguien diga: «Si el Padre lo santificó, ¿alguna vez, pues, no era santo?». Lo santificó así como lo engendró; en efecto, porque lo engendró santo, engendrándolo le dio que fuese santo. Por cierto, si lo que es santificado no era antes santo, ¿cómo decimos a Dios Padre: Santificado sea tu nombre? (Mt 6,9)

Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; si, en cambio, las hago, aun si no queréis creerme, creed a las obras para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en él (Jn 10,37-38). «El Padre está en mí y yo en él» lo dice el Hijo no como pueden decirlo los hombres. En efecto, si pensamos bien, estamos en Dios y, si vivimos bien, Dios está en nosotros: fieles que participan de su gracia, iluminados por él, estamos en él, y él mismo en nosotros. Pero no es así el Unigénito Hijo: él está en el Padre y el Padre en él como un igual en ese a quien es igual. Por eso, nosotros podemos decir a veces: «Estamos en Dios y Dios en nosotros»; ¿acaso podemos decir: «Yo y Dios somos una sola cosa»? Estás en Dios porque Dios te contiene; Dios está en ti porque has sido hecho templo de Dios; pero ¿acaso porque estás en Dios y Dios está en ti puedes decir «Quien me ve, ve a Dios», como dijo el Unigénito: «Quien me ha visto, ha visto también al Padre» (Jn 14,9), y: El Padre y yo somos una única cosa? Reconoce tú lo propio del Señor y la dádiva del siervo. Propio del Señor es la igualdad con el Padre; dádiva del siervo es la participación en el Salvador.

Buscaban, pues, aprehenderlo (Jn 10,39). ¡Ojalá lo aprehendieran, pero creyendo y entendiendo, no ensañándose y asesinando! Por cierto, hermanos míos, ahora mismo cuando pronuncio tales cosas —débil, cosas fuertes; pequeño, cosas grandes; frágil, cosas sólidas—, tanto vosotros, de idéntica masa, digamos, de la que provengo también yo, cuanto yo mismo que os hablo, todos a una queremos aprehender a Cristo. ¿Qué significa aprehender? Si has entendido, has aprehendido. Pero no así los judíos: tú has aprehendido para tener, ellos querían aprehender para no tener. Y, porque querían aprehenderlo así, ¿qué les hizo? Salió de las manos de ellos. No lo aprehendieron porque no tuvieron las manos de la fe. La Palabra se hizo carne, pero no era gran cosa para la Palabra arrancar de las manos de carne su carne. Aprehender la Palabra con la mente, esto es aprehender a Cristo correctamente.
In Joh 48, 9-11

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