martes, 16 de mayo de 2017

// //

De la mano de San Agustín: Por el Camino, a la Verdad y la Vida


Por tanto, ¿qué no hemos captado tampoco nosotros en este dicho? ¿Qué suponéis, hermanos míos, sino que dijo: Y sabéis adónde voy y sabéis el camino? Y he ahí que, porque conocían a ese mismo que es el Camino, conocemos que sabían el Camino; pero el camino es por donde uno va; ¿acaso el camino es también adonde uno va? Ahora bien, había dicho que ellos sabían una y otra cosa, adónde va él y el camino. Era, pues, necesario que dijese «Yo soy el Camino», para mostrar que, quienes le conocieran, sabían el Camino que ellos suponían desconocer; en cambio, porque, conocido el camino por el que iría, quedaba por conocer adónde iría, ¿por qué era necesario que dijese «Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida», sino porque iba a la Verdad, iba a la Vida? A sí mismo iba, pues, por sí mismo. Y nosotros ¿adónde vamos sino a él? Y ¿por dónde vamos sino por él? Por tanto, él a sí mismo por sí mismo; nosotros, a él por él; mejor dicho, al Padre él y nosotros. Efectivamente, de sí mismo dice en otra parte: «Al Padre voy» (Jn 16,10), y en este lugar afirma en atención a nosotros: Nadie viene al Padre sino por mí (Jn 14,6). Y, por esto, él por sí mismo a sí mismo y al Padre, y nosotros, por él a él y al Padre.

¿Quién capta esto sino quien entiende espiritualmente? Y ¿cuánto es lo que éste capta, aunque entiende espiritualmente? Hermanos, ¿por qué queréis que yo os exponga esto? Pensad cuán excelso es. Veis qué soy, veo qué sois; en todos nosotros el cuerpo que se corrompe embota al alma y la habitación terrena abate a la mente, que piensa muchas cosas (Sab 9,15). ¿Suponemos que podemos decir: Elevé mi alma a ti que habitas en el cielo? (Sal 122,1) Pero donde gemimos agobiados bajo tanto peso, ¿cómo elevaré mi alma, si conmigo no la eleva quien por mí depuso la suya? Diré, pues, lo que pueda; de entre vosotros capte quien pueda. Lo digo por donación de ese por cuya donación capta quien capta, y por cuya donación cree quien aún no capta, pues el profeta afirma: Si no creyereis, no entenderéis ( Is 7,9 sec. LXX).

Dime, Señor mío, qué diré a tus siervos, consiervos míos. El apóstol Tomás te tuvo ante sí para interrogarte; sin embargo, no te entendería si no te tuviera en sí; yo te interrogo porque sé que tú estás sobre mí; ahora bien, interrogo en la medida en que por encima de mí puedo derramar mi alma en la que puedo escucharte enseñar sin empero sonar.

Dime, por favor, cómo vas a ti. ¿Acaso para venir a nosotros te habías abandonado, máxime porque has venido no por tu cuenta, sino que el Padre te envió? Sé ciertamente que te vaciaste, pero porque asumiste forma de esclavo (Cf Flp 2,7), no porque dejaste la forma de Dios a la que regresases, ni porque la perdiste para recibirla; y empero viniste y llegaste no sólo hasta los ojos carnales, sino también hasta las manos de los hombres. ¿Cómo sino en la carne? Mediante ésta viniste, aunque permaneciste donde estabas; mediante ésta regresaste sin abandonar el lugar adonde habías venido. Si, pues, mediante ésta viniste y regresaste, mediante ésta, sin duda, no sólo eres para nosotros el Camino por el que llegáramos a ti, sino que también fuiste para ti el Camino por el que vinieras y regresases. Por otra parte, cuando fuiste a la Vida, cosa que eres tú en persona, en realidad condujiste de la muerte a la vida esa misma carne tuya. En efecto, una cosa es el Dios Palabra, otra el hombre; pero la Palabra se hizo carne, esto es, hombre. Así pues, no es una la persona de la Palabra, otra la del hombre, porque Cristo, única persona, es una y otra cosa; y, por esto, como Cristo murió cuando la carne murió y cuando la carne fue sepultada, Cristo fue sepultado —así, de hecho, para justicia creemos con el corazón, así para salvación hacemos con la boca la confesión (Cf Rm 10,10)—, del mismo modo, cuando la carne vino de la muerte a la vida, Cristo vino a la vida, y, porque Cristo es la Palabra de Dios, Cristo es la Vida. Así, en cierto modo asombroso e inefable, quien nunca se ha abandonado ni perdido a sí mismo, ha venido a sí mismo. Ahora bien, como queda dicho, mediante la carne había venido a los hombres Dios, la Verdad a los mendaces, pues Dios es veraz; todo hombre, en cambio, mendaz (Rm 3,4). Así pues, cuando él retiró su carne a los hombres y la elevó allí donde nadie miente, él mismo en persona, porque la Palabra se hizo carne, por sí mismo, esto es, mediante la carne, retornó a la Verdad, cosa que es él en persona. Por cierto, aun en la muerte conservó esta Verdad, aunque entre mendaces, pues Cristo murió en cierta ocasión, pero nunca fue impostor.

In Joh.  69, 2-3

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario