miércoles, 7 de junio de 2017

// //

De la msno de San Agustín: TEMOR SERVIL Y TEMOR SANTO

Entendamos, hermanos, entendamos. Y el Señor haga en nosotros esto, que entendamos; haga también que cumplamos lo entendido. Ahora bien, si sabemos esto, sabemos en realidad lo que hace el Señor, porque a nosotros mismos no nos hace tales sino el Señor y, por eso, pertenecemos a su círculo de amigos. En efecto, como existen dos temores, que hacen dos clases de temerosos, así existen dos servidumbres, que hacen dos clases de siervos. Existe el temor al que echa fuera la caridad perfecta (Cf 1Jn 4,18), y existe otro temor, casto, permanente por siempre (Cf Sal 18,10). En ese temor que no está en la caridad se fijaba el Apóstol cuando decía: Pues no recibisteis espíritu de servidumbre, otra vez con temor (Rm 8,15). Por otra parte, en el temor casto se fijaba cuando decía: No presumas, sino teme (Rm 11,20). A propósito del temor al que echa fuera la caridad, con ese temor mismo ha de ser también echada fuera la servidumbre, pues una y otra cosa, esto es, servidumbre y temor, ha unido el Apóstol, diciendo: Pues no recibisteis espíritu de servidumbre, otra vez con temor. En el siervo que tiene que ver con esta servidumbre pensaba también el Señor al decir «Ya no os llamo siervos, porque el siervo desconoce qué hace su señor» (Jn 15,15): evidentemente, no el siervo que tiene que ver con el temor casto, a quien se dice «¡Bravo, siervo bueno! Entra al gozo de tu señor» (Mt 25,21), sino el siervo que tiene que ver con el temor que ha de ser echado fuera por la caridad, acerca del cual dice en otra parte: El siervo no permanece en la casa para siempre; el hijo, en cambio, permanece para siempre (Jn 8,35).

Así pues, porque nos dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Cf Jn 1,12), seamos no siervos sino hijos, para que en cierto modo asombroso e inefable pero, en todo caso, modo verdadero, podamos ser siervos no siervos, o sea, siervos por el temor casto, con el que tiene que ver el siervo que entra al gozo de su señor; no siervos, en cambio, por el temor que ha de echarse fuera, con el que tiene que ver el siervo que no permanece en la casa para siempre. Ahora bien, sepamos que el Señor hace que seamos tales siervos no siervos. Pues bien, esto desconoce el siervo ese que desconoce qué hace su señor y, cuando hace algo de bueno, se engríe cual si hiciera esto él mismo, no su señor, y se gloría en sí, no en el Señor, pese a haberse engañado a sí mismo porque se gloría cual si no hubiere recibido (Cf 1Co 4,7). Nosotros, en cambio, carísimos, para poder ser amigos del Señor, sepamos qué hace nuestro Señor. Por cierto, él en persona, y no nosotros mismos, nos hace no sólo hombres, sino también justos. Y ¿quién sino él en persona hace que sepamos esto? En efecto, nosotros hemos recibido no el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que sepamos lo que nos ha sido donado por Dios (1Co 2,12). Por él en persona es donada cualquier cosa que de bueno existe. Porque, pues, también esto —que se sepa quién dona todo bien— es un bien, evidentemente él en persona lo da para que, quien se gloría de cualquier bien sin excepción, se gloríe en el Señor (Cf 1Co 1,31).

Por otra parte, lo que sigue, A vosotros, en cambio, os he llamado amigos porque, cualesquiera cosas que oí a mi Padre, os las di a conocer todas (Jn 15,15), es tan profundo que de ningún modo ha de resumirlo este sermón, sino que ha de diferirse para otro.
Jo. ev. tr. 85, 3

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario