martes, 11 de julio de 2017

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La primera ocupación de la vida: elegir lo que se ha de amar

Duro y pesado parece el precepto del Señor, según el cual quien quiera seguirle ha de negarse a sí mismo. Pero no es duro y pesado lo que manda aquel que presta su ayuda para que se haga lo que manda. Pues también es cierto lo que se dice en el salmo: Por las palabras de tus labios he seguido los caminos duros. Y es verdadero también lo que dijo él mismo: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. La caridad hace que sea ligero lo que los preceptos tienen de duro. Sabemos lo que es capaz de hacer el amor. Con frecuencia este amor es perverso y lascivo: ¡cuántas calamidades han sufrido los hombres, por cuántas deshonras han tenido que pasar y tolerar para llegar al objeto de su amor! Es igual que se trate de un amante del dinero, es decir, de un avaro; o de un amante de los honores, es decir, de un ambicioso; o de un amante de los cuerpos hermosos, es decir, de un lascivo. ¿Quién será capaz de enumerar todos los amores? Considerad, sin embargo, cuánto se fatigan todos los amantes y, no obstante, no sienten la fatiga; y mayor es el esfuerzo cuando alguien se lo prohíbe. Si, pues, los hombres son tales cuales son sus amores, de ninguna otra cosa debe uno preocuparse en la vida sino de elegir lo que ha de amar. Estando así las cosas, ¿de qué te extrañas de que aquel que ama a Cristo y quiere seguirlo, por fuerza del mismo amor se niegue a sí mismo? Si amándose a sí mismo el hombre se pierde, negándose a sí mismo se reencuentra al instante.
S.96, 1

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