miércoles, 2 de agosto de 2017

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De la mano de San Agustín (2): El joven rico

 Hemos escuchado que cierto rico pidió consejo al maestro bueno sobre cómo conseguir la vida eterna. Gran cosa era la que amaba y cosa sin valor la que no quería despreciar. De esta forma, escuchando con un corazón desnortado a aquel al que ya había llamado maestro bueno, por un amor mayor a algo sin valor, perdió la posesión de lo que tiene valor. Si no hubiera querido alcanzar la vida eterna no hubiese pedido consejo sobre cómo lograrla. Por tanto, ¿qué significa, hermanos, que rechazase las palabras de aquel al que él mismo había llamado maestro bueno, palabras extraídas para sí de su auténtica enseñanza? ¿Es maestro bueno antes de enseñar y malo después de haberlo hecho? Se le llamó bueno antes de enseñar. No escuchó lo que deseaba, sino lo que debía escuchar; venía lleno de deseos, pero se retiró triste. ¿Cuál hubiera sido su reacción si se le hubiera dicho: «Pierde lo que tienes», si se marchó triste porque le dijo: «Guarda bien lo que posees»? Vete —le dijo— vende lo que tienes y dalo a los pobres. ¿Temes, acaso, perderlo? Escucha lo que sigue: Y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19,21; Mt 10,21; Lc 18,22). Quizá hubieras puesto un siervo para que custodiase tus tesoros: custodio de tu oro será tu Dios. Quien te lo dio en la tierra, él mismo te lo guarda en el cielo. Quizá no hubiese dudado en confiar a Cristo lo que tenía y se entristeció porque se le dijo: Dalo a los pobres, como pensando en su corazón: «Si me hubieras dicho: Dámelo y yo te lo guardaré en el cielo, no hubiese dudado en confiarlo a mi señor, el maestro bueno; pero ahora me has dicho: Dalo a los pobres».
S 86, 2

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