viernes, 11 de agosto de 2017

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De la mano de san Agustín (5): EL DESPRECIO DE SI MISMO.

 La solemnidad de los bienaventurados mártires y la expectación de vuestra santidad están pidiendo de mí un sermón. Pienso que hoy he de hablar de algo en consonancia con la fecha. Lo queréis vosotros, lo quiero yo; hágalo realidad aquel en cuyas manos estamos nosotros y nuestras palabras; concédanos el poder quien nos otorgó el querer. Esto hacía arder a los mártires; encendidos en el amor a las cosas invisibles, despreciaron las visibles. ¿Qué amó en sí quien hasta se despreció a sí mismo para no perderse a sí? Eran templos de Dios, y sentían que Dios habitaba en ellos, por lo que no adoraban a dioses extraños. Habían escuchado, sedientos habían bebido, habían hecho llegar hasta las fibras íntimas del corazón, y en cierto modo las habían hecho carne de su carne, estas palabras del Señor: Si alguien quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo. Niéguese, dijo, a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16,24). Quiero decir algo sobre esto; me espanta vuestra atención; me manda vuestra oración.

¿Qué significa, os suplico: Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame? Comprendemos lo que quiere decir con las palabras: Tome su cruz, es decir, soporte sus tribulaciones; tome, aquí, está por soportar, sufrir. Acepte con paciencia, dijo, todo lo que ha de sufrir por mí. Y sígame. ¿Adonde? Adonde sabemos que fue él después de resucitado: subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Allí nos ha colocado también a nosotros. Entre tanto vaya delante la esperanza, para que le siga la realidad. ¿Cómo debe ir delante la esperanza? Lo saben quienes escuchan: «Levantemos el corazón.» Sólo nos queda por averiguar —en la medida en que nos ayude el Señor, discutir; entrar, si él nos abre; hallar, si él nos lo concede, y exponeros a vosotros lo que haya podido encontrar— qué significa: Niéguese. ¿Cómo se niega a sí mismo quien se ama? Esto es un razonamiento, pero un razonamiento humano; un hombre me pregunta: «¿Cómo se niega a sí mismo quien me ama?» Pero el Señor responde a ese hombre: «Si se ama, niéguese.» En efecto, amándose a sí mismo, se pierde, y negándose, se encuentra. Quien ama, dice, su vida, la perderá (Jn 12,25). Lo mandó quien sabe lo que ha de mandar, porque sabe aconsejar; quien sabe instruir y sabe cómo reparar quien se dignó crear. El que ama pierde. Es cosa triste perder lo que amas; pero algunas veces también el agricultor pierde lo que siembra. Arroja el grano, lo esparce, lo tira y lo cubre de tierra. ¿De qué te extrañas? Este que así lo desprecia y lo pierde es un avaro a la hora de la cosecha. El invierno y el verano muestran lo que hizo: el gozo del que cosecha te manifiesta el propósito del que siembra. Por tanto, el que ama su vida, la perderá. Quien busque fruto de ella, siémbrela. Esto significa negarse; no sea que, amándola perversamente, se pierda.

 No hay nadie que no se ame a sí mismo; pero hay que buscar el recto amor y evitar el perverso. Quien se ama a sí mismo, abandonando a Dios, y quien abandona a Dios por amarse a sí mismo, ni siquiera permanece en sí, sino que sale incluso de sí. Sale desterrado de su corazón, despreciando lo interior y amando lo exterior. ¿Qué he dicho? ¿No desprecian su conciencia todos los que obran el mal? Quien respeta a su conciencia pone límites a su maldad. Así, pues, dado que despreció a Dios para amarse a sí mismo, amando exteriormente lo que no es él mismo, se despreció también a sí mismo. Ved y escuchad al Apóstol, que aporta un testimonio a favor de esta interpretación. En los últimos tiempos, dice, sobrevendrán tiempos peligrosos. ¿Cuáles son estos tiempos peligrosos? Habrá hombres amantes de sí mismos. Aquí está el principio del mal. Veamos, pues, si, al amarse a sí mismos, permanecen, al menos, dentro de sí; veámoslo, escuchemos lo que sigue: Habrá, dice, hombres amantes de sí mismos, amantes del dinero (2Tm 3,1-2). ¿Dónde estás tú que te amabas? Efectivamente estás fuera. Dime, te suplico: «¿Eres tú acaso el dinero?» Por tanto, tú que, abandonando a Dios, te amaste a ti mismo amando el dinero, te abandonaste también a ti. Primero te abandonaste, luego te perdiste. El amor al dinero fue el causante de que te perdieras. Por el dinero llegas a mentir: La boca que miente da muerte al alma (Sab 1,11). He aquí, pues, que, cuando vas tras el dinero, has perdido tu alma. Trae la balanza, pero la de la verdad, no la de la ambición; tráela, te lo ruego, y pon en un platillo el dinero y en el otro el alma. Eres tú quien los pesas, y, llevado por la ambición, introduces fraudulentamente tus dedos: quieres que baje el platillo que contiene el dinero. Cesa, no peses; quieres cometer fraude contra ti mismo; veo lo que estás haciendo. Quieres anteponer el dinero a tu alma; quieres mentir por él y perderla a ella. Apártate, sea Dios quien pese; pese él, que no puede engañar ni ser engañado. Ved que pesa él; vedlo pesando y escuchad su fallo: ¿Qué aprovecha a un hombre ganar todo el mundo? Son palabras divinas, palabras de quien pesa sin engañar; palabras de quien anuncia y avisa. Tú ponías en una parte el dinero, y en la otra el alma; mira dónde pusiste el dinero. ¿Qué te responde el que pesa? Tú colocaste el dinero: ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si sufre detrimento su alma? (Mt 16,26) Querías poner en la misma balanza tu alma y tus ganancias; compárala con el mundo. Querías perderla para adquirir tierra: ella pesa más que el cielo y la tierra. Pero actúas así porque, abandonando a Dios y amándote a ti, saliste hasta de ti, y aprecias ya, más que a ti, a otras cosas que están fuera de ti. Vuelve a ti mismo; mas, cuando hayas vuelto de nuevo a ti, no permanezcas en ti. Antes de nada, vuelve a ti desde lo que está fuera de ti, y luego devuélvete a quien te hizo, a quien te buscó cuando estabas perdido, a quien te alcanzó cuando huías y a quien, cuando le dabas la espalda, te volvió hacia sí. Vuelve, pues, a ti mismo y dirígete hacia quien te hizo. Imita a aquel hijo menor, porque quizá eres tú mismo. Hablo al pueblo, no a un solo hombre; y, si todos pudieran oírme, no lo diría a uno solo, sino al género humano. Vuelve, pues; sé como aquel hijo menor que, después de malgastar y perder todos sus haberes viviendo pródigamente, sintió necesidad, apacentó puercos y, agotado por el hambre, suspiró y se acordó de su padre. ¿Y qué dice de él el evangelio? Y volvió a sí mismo. Quien se había perdido hasta a sí mismo, volvió a sí mismo; veamos si se quedó en sí mismo. Vuelto a sí mismo, dijo: «Me levantaré.» Luego había caído. Me levantaré, dijo, e iré a casa de mi padre. Ved que ya se niega a sí mismo quien se ha hallado a sí mismo. ¿Cómo se niega? Escuchad: Y le diré: «He pecado contra el cielo y contra ti.» Se niega a sí mismo: Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo (Lc 15,11-19). He aquí lo que hicieron los santos mártires: despreciaron las cosas de fuera: todas las delicias de este mundo, todos sus errores y terrores; cuanto agradaba, cuanto infundía temor, todo lo despreciaron, todo lo pisotearon. Vinieron a sí mismos y se miraron a sí mismos; se hallaron a sí mismos en sí mismos y se encontraron desagradables; corrieron a aquel que los formó, para revivir y permanecer en él y para que en él pereciera lo que por sí mismos habían comenzado a ser y permaneciese lo que él había creado en ellos. Esto es negarse a sí mismo.
S 330, 1-3

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